jueves, 16 de enero de 2025

Teoría estética

He comenzado a leer Una estancia holandesa, un libro de conversaciones entre José Jiménez Lozano y Gurutze Galpasoro. Ahí me encuentro la respuesta a una pregunta sobre teoría poética:

¿Tiene una teoría estética?
No. Tengo unas cuantas cosas claras, y sobre todo ésta: que el hombre lleva unos cuantos miles de años escribiendo, tratando de apresar un trozo de vida, de sorprender el lado de atrás de la realidad, de nombrar la belleza del mundo, de guardar la mención del amor, la alegría y la pasión y muerte de los hombres, y que yo estoy en la cadena de los de ese oficio para añadir una palabra muy pequeñita, pero que sea verdadera y diga todo eso, deje traslucir toda esa hermosura. No tengo nada que teorizar. Miro simplemente a los griegos y las historias de la Biblia, y me digo: ésta es el agua clara que me gusta (23).

miércoles, 15 de enero de 2025

Estos poemas, dijo ella de Robert Bringhurst

En Antología del jardín ponían ayer este poema de Robert Bringhurst y yo, como lo vi fácil, lo traduje, sin más pretensiones:
Estos poemas, estos poemas,
estos poemas, dijo ella, son poemas
sin amor dentro. Son los poemas de un hombre
que abandonaría a su mujer e hijo porque
hacían ruido en su despacho. Son poemas
de un hombre que mataría a su madre para reclamar
la herencia. Son poemas de un hombre
como Platón, dijo ella, insinuando algo que yo no
entendí pero que en todo caso me
ofendió. Son poemas de un hombre
con ojos como una navaja, con manos como las de un carterista,
manos tejidas de agua y lógica
y hambre, sin traza de amor en ellos. Estos
poemas son tan sin corazón como el canto de pájaros, tan sin finalidad
como hojas de olmo, que si aman, aman solo
el ancho cielo azul y el aire y la idea
de las hojas de olmo. El amor propio es un final, dijo ella,
y no un principio. Amor significa amor
de la cosa cantada, no de la canción ni del cantar.
Estos poemas, dijo ella…
                                        Eres, dijo él,
hermosa.
               Eso no es amor, dijo ella, con razón.


martes, 14 de enero de 2025

El Escolástico de Cristóbal de Villalón

Terminé el año pasado El escolástico, un diálogo renacentista de Cristóbal de Villalón, en la excelente edición de José Miguel Martínez Torrejón, que señala las numerosas deudas que la obra tiene con autores clásicos. Es casi más un libro de recopilación y refundición de textos grecolatinos que de verdadera creación. No está mal, pero por ejemplo De los nombres de Cristo de fray Luis de León le da mil vueltas, si de diálogos renacentistas hablamos.

El tema es la educación. La conversación tiene lugar entre profesores de la Universidad de Salamanca. Recojo un plan de estudios abreviado, para llegar a ser una persona de provecho de las de entonces, un "escolástico", en el sentido de una persona bien educada: 

 -Pues a mí me parece -dijo el Maestro-, que aliende que el nuestro escolástico se debe proveer de saber muchas cosas en universal por dar de sí apariencia de grande estima en la conversación, y demás de ser curioso de ver libros nuevos y viejos, acontecimientos notables, linajes de reyes, antigüedades de sepulturas y edificios, debe con esto tener noticia en particular de algunas ciencias y artes que adornan mucho el ánima y engrandecen el juicio y hacen de estima para la conversación de los sabios. Quiero que de más de saber de total y principal intento una de las cuatro ciencias principales: teología, cánones, leyes y medicina, que junto con ser de principal en una, tenga noticia universal de todas, y junto con esto tenga noticia de la música y de la pintura, de la arquitectura, de la cosmografía, agricultura y astrología (4.13, p. 306-7).

lunes, 13 de enero de 2025

El poder y la gloria, de Graham Greene

Tocaba releer El poder y la gloria, después de lo que me habían impresionado El final del affaire, El revés de la trama y Brighton Rock, las tres en ediciones modélicas de Libros del Asteroide. La pena es que de esta tenía una edición de principios de los ochenta, bastante cutre. 

Al final, me sobrepuse al mal papel y a la tipografía vacilante y entré como si fuera la primera vez a El poder y la gloria, de la que tenía un recuerdo muy vago. Creo que con los años estoy aprendiendo a leer, como se ve ahora: la primera vez me quedó una sensación confusa, ahora me he metido en el relato y he sufrido con el protagonista esa tortura del miedo al dolor, que tan cerca me pilla. Me acordé varias veces de esa cita de Flannery O'Connor (con la que tantas conexiones tiene esta novela) sobre esa niña que "Nunca podría ser una santa, pero pensaba que podía ser mártir si la mataban deprisa". Aquí estamos en ese marco, la huida desesperada de un cura en el México de la persecución a los sacerdotes, huida sobre todo por miedo al dolor, pero a la vez arriesgando su vida para celebrar los sacramentos, él que es un pecador público, marcado los pecados que comete y que lo convierten en un ser señalado. Ha sido un libro doloroso y fructífero de leer, enfrentarse con el miedo, pensar en lo que supone la vida sacramental, pensar qué está uno dispuesto a poner por encima de ella, incluso de la vida. 

Hay también una lectura política, de enfrentamiento de dos modos de ver el mundo. Es central la cuestión de la ejemplaridad: aquí tenemos a un sacerdote en absoluto ejemplar, pero que tiene la grandeza de la conciencia de su vocación y la valentía de arriesgar su vida para celebrar los sacramentos, él, seguro de su indignidad. Aquí le habla un teniente de "ideales progresistas" que le ha detenido:

-Pues, con todo, le preocupa el "poco de dolor" ahora.

-Pero yo no soy un santo -arguyó él-. No soy siquiera un hombre valiente. Levantó la vista con aprensión: la claridad volvía; la vela ya no era necesaria. Pronto estaría el tiempo bastante despejado para emprender el viaje de vuelta. Sintió el ansia de seguir hablando para demorar, siquiera unos minutos, el momento de partir. Agregó: -Hay otra diferencia entre nosotros. No sirve de nada que usted labore para su plan si usted mismo no es buena persona. Y no siempre habrá buenas personas en el partido de usted. Entonces volverán el hambre y los malos tratos, aumentados quizá. En cambio, no importa gran cosa que yo sea un cobarde... y todo lo demás. A pesar de ello, puedo depositar a Dios en la boca del hombre y puedo darle el perdón de Dios. Y esto sucedería igual aunque todos los curas de la Iglesia fuesen como yo (249).

Ahora mismo me gustaría mucho leerlo otra vez, a ser posible en una edición cuidada (podrían hacerla en Libros del Asteroide). Hace mucha falta leer este libro ahora, es más actual que nada que se me ocurra.

jueves, 9 de enero de 2025

El disputado voto del señor Cayo

No había leído, curiosamente,  El disputado voto del señor Cayo, siendo yo en tiempos tan lector de Delibes. La vi el otro día y la cogí: me parece, tras leerla, una novela fallida. Podría valer, eso sí, como documento de época de los años tras la muerte de Franco. A mí me ha servido para recordar aquel ambiente de papeletas, carteles omnipresentes pegados unos sobre otros, proclamas que tiraban a montones por las calles en las primeras elecciones que viví de niño. Seguíamos las votaciones en la escuela del pueblo, veíamos a los políticos en la tele, en la única cadena que había, oíamos lo que querían inculcarnos sobre las bondades de la democracia, el cambio político, el mundo de colores que se abría. En ese sentido, este es un libro que, leído en 2025, induce a la pura melancolía, porque venció una visión de la política que ha dominado por lo menos hasta ahora, aunque parece que podría transmutarse, Dios no lo quiera, en un régimen o con ribetes bolivarianos o quizá más perpetuarse en algo equiparable a los gobiernos de los "países avanzados", las mierdas de Macron, Starmer, Scholz, políticas de "progreso" en brazos del nihilismo postmoderno.

La novela comienza y acaba en el lugar donde se organiza la campaña electoral de un partido parecido al PSOE. En esos capítulos las conversaciones son agotadoras, el lenguaje coloquial parece vivo y a la vez es banal, triste, superficial, reflejo de los personajes, insufrible. El núcleo de la novela es la visita al pueblo casi abandonado, de los candidatos. Las conversaciones con el señor Cayo tienen una descompensación grande: el anciano aparece como una figura casi redentora, algo que se subraya repetidamente al final, como una enmienda a la totalidad del trasiego político y la falsedad de los supuestos ideales que mueven los partidos. Para colmo, muy forzadamente, aparecen justo también allí los enemigos políticos (de ahí lo del "disputado voto") y pegan una paliza al madrileño cunero que representa a la provincia y que tiene su particular revelación del núcleo de la política, o, mejor, de la prepolítica, de la vida arcádica, en el pueblo del señor Cayo. Por todo eso digo que es una novela fallida, por ese pseudomaniqueísmo que no soluciona nada, por el fondo no logrado de lo que en cierta medida ha sabido reflejar, en trazos muy oscuros, eso sí.

Para que fuese una buena novela habría hecho falta una visión más clara de lo que está en juego en esta oposición entre campo y ciudad, entre vida autosuficiente y la complejidad de las luchas políticas partidistas, habría sido necesaria una visión de la política más realista y a la vez más centrada en lo verdaderamente importante. Quizá sí que esté lograda, en el sentido de que muestra lo que había disponible en la vida pública de la época, no sé.

Con el nulo entusiasmo que siento ahora por ese mundo de por el año 1978, el régimen que se creó entonces y que parece dar sus últimos coletazos ahora, no me emociona tampoco la vida solitaria en un pueblo abandonado ni el ritmo de la vida agrícola de espaldas a lo que pasa en el mundo. Y lo que representan los tres militantes del partido es tan vomitivo en conjunto y en detalle que el libro acaba siendo de una tristeza grande. Amarga lectura.