Para terminar la crónica de las semanas que pasé este verano en Innsbruck, pongo aquí cosas que no recogí en otros sitios.
Este caballero arrodillado ante Cristo que muestra sus llagas es del monasterio de Stams:
Literatura, la vida y algo del mundo clásico // angelrui@gmail.com
Para terminar la crónica de las semanas que pasé este verano en Innsbruck, pongo aquí cosas que no recogí en otros sitios.
Este caballero arrodillado ante Cristo que muestra sus llagas es del monasterio de Stams:
La Universidad de Innsbruck es importante. Entré en el edificio antiguo y había 4 placas para 4 premios Nobel, junto a otras con frases destacadas del acervo occidental:
Tenía el libro en la edición de Alianza, con traducción de Consuelo Bergés y un prólogo de Mario Vargas Llosa que en realidad era el primer capítulo de lo que sería su libro La orgía perpetua. Además, había al final una selección de cartas de Flaubert sobre el proceso de redacción de la novela.
Yo me salté lo de Vargas Llosa por temor a espoilers y leí las primeras treinta páginas de la novela, con gran gusto, vaticinándome un gran placer en lo que vendría después. Pero cuando apareció la tal Emma Bovary fue cuando se me fue desinflando el interés: el personaje es caracterizado por su egoísmo, centrado en el cumplimiento de sus deseos personales, en una espiral que va haciéndose cada vez más cerrada y acaba en un callejón sin salida. Los demás personajes son figuras planas, sin hondura, típos más que personas. Aquí la única hondura es la del deseo egoísta de Emma Bovary. Es más o menos interesante ver cómo era la vida en la Francia de mediados del XIX, pero en conjunto yo salí de la novela decepcionado.
Me leí luego las cartas, en las que Flaubert se queja continuamente de lo despacio que va mientras escribe la novela, corrigiendo sin cesar, revisando. Piensas: qué tío, qué en serio se lo toma. Yo estuve tentado de volver a empezar la novela, a ver si le veía las virtudes que no le había descubierto antes. No voy a decir que sea una novela mal hecha, ni muchísimo menos, pero no es la novela que esperaba que fuera. Quizá si la hubiese leído en francés, con el famoso mot juste, siguiendo la cadencia de las frases, no sé, notando todo lo más intraducible, quizá pensaría que era una grandísima creación literaria. Os tendréis que conformar con mi percepción de la traducción, que por otra parte era molesta, con términos quizá muy precisos (calicó, paletó son los que me vienen ahora a la memoria), pero que creaban una barrera. Hasta pensé si no sería un traductor hispanoamericano (usaba oblongo, que yo asocio sobre todo con los argentinos).
Luego leí el texto de Vargas Llosa, que me dejó perplejo: reivindica a Emma Bovary como modelo de liberalismo, y a fe que es verdad, pero eso para mí es el principal problema de la novela: su cosmovisión férreamente individualista. Lo que se cuenta es lo que sobreviene por querer cumplir deseos particulares sin preocuparse en absoluto de los demás: la Bovary a la hija la tiene abandonada y a su marido no lo valora en absoluto. Para Vargas Llosa, la culpa es del marido, de no dar para más (lo digo del modo más delicado que puedo). Dice también Vargas Llosa que en una época en que él estuvo cerca del suicidio esta novela le ayudó mucho, lo cual también me deja perplejo. Quizá mi problema sea sobre todo de sintonía con esta obra de Flaubert (y por extensión, con la de Vargas Llosa). Es que no es ni siquiera entretenida como lectura, es un arrastrarse en un estilo quizá primoroso, en torno a la nada: a mí, si algo me ha impresionado, es el nihilismo de la protagonista, muy moderno, y no lo digo como un elogio. La problemática moralidad de esta novela no está en detalles escabrosos, que no los tiene, sino en su buscada limitación de horizontes.
Me gustan muchísimo más novelas como algunas de Galdós de temática asimilable, por ejemplo La de Bringas (aunque el adulterio va más por el lado del tren de vida) o La regenta de Clarín, por no citar más que novelas españolas.
Al principio no, pero luego acababa resultando llamativa la abundancia de carteles con órdenes, prohibiciones, consejos y advertencias:
¡Prohibido arrancar flores!
Yo antes iba a esas ciudades de otros países a ver el Museo judío que tuvieran: en Innsbruck pasé un día delante de la Sinagoga y había dos policías con metralletas en la puerta. Otro sitio que suelo visitar es el Jardín Botánico (por ejemplo Zagreb o Zürich). El Jardín Botánico de Innsbruck tiene de fondo los inmensos montes. Justo encima hay un observatorio astronómico hecho en 1907:
Todo un lateral estaba dedicado a los helechos: los había de muchas formas, más triangulares, más cuadrados. Me gustan los helechos. No sabía que hubiera tanta variedad. Muy verde, este Adiantum venustum, en alemán Immergrüner Frauenham. Lo he buscado: en inglés lo llaman Pelo de doncella del Himalaya:
Había un espacio para cactus espectacular, que pudimos ver solamente desde la puerta:
Comimos, tras las tres horas felizmente pasadas en la Armería y el Gabinete de Maravillas, en un jardín del palacio de Ambras, a la vera del edificio grande, el castillo-palacio.
Comenzamos por la Sala Española, que no sé por qué se llama así, de la segunda mitad del XVI. Es un gran salón con los retratos pintados de los duques de Tirol hasta Fernando II, el amo del palacio y el que lo puso a tono:
Vimos también la capilla, del XIX, muy en un neogótico que a mí ahora incluso me hace gracia, cercano al movimiento nazareno, o por ahí:
Aparte del Baño-Piscina de Philippine Welser, la mujer de Fernando II, el núcleo del edificio resultó ser una Galería de retratos reales entre los siglos XV y XVIII, algunos buenos, pero como un escalón por debajo todos de los que yo recuerdo de El Prado o sitios similares. Lo del XV y XVI lo seguimos en detalle, empezamos a cansarnos con el piso dedicado al siglo XVII y cuando llegamos al piso dedicado al siglo XVIII lo vimos a la carrera. También había una colección de objetos de cristal que hubieran merecido nuestra atención si no estuviéramos agotados. En medio había una exposición muy tonta sobre "diversidad": una estupidez pretenciosa.
Pero os pongo algún retrato, empezando por Fernando el Católico, quizá de Sittow:
Esta sería Catalina de Aragón, también de Sittow, pero ya la había visto en Viena, así que será copia:
La pobre Juana la Loca, del Maestro de la Leyenda de la Magdalena:
Esta es Ana de Austria, de Seisenegger:
En el Palacio de Ambras la visita a las salas de "maravillas" fue como recordar el Wunderkammer del KHM en Viena en pequeño. Muy entretenido. Por ejemplo esta calavera de una sola pieza de madera: