Yo les tengo mucha simpatía a los noruegos desde que en un curso de griego moderno en Tesalónica, al acabar la carrera, compartí habitación con uno, pastor luterano con novia y una hija: la combinación más asombrosa para mí, joven numerario del Opus Dei que no había ni supuesto que algo así existiese. Era un chaval de mi edad, veintitantos, excelente persona, con muchas inquietudes religiosas y dando palos que a mí me parecían de ciego. Hablamos mucho aquellos días.
Algo así creo que le pasa a Knausgård, que es casi mi contemporáneo: no sabe a qué agarrarse. A lo largo de quinientas páginas cuenta su vida, y yo le creo en todo lo que dice, tal como lo cuenta, de un modo directo, detallado, descarnado.
Este primer volumen se titula La muerte del padre y es eso, un recapitular la figura de su padre. Yo no sé que les pasa a los escandinavos con sus padres, o quizá es una deformación mía, por haber convertido a Bergman en el paradigma de todo lo escandinavo. Sea como sea, también en este libro es central la figura paterna, Es impresionante la descripción de lo que dice en el título. También me interesó mucho lo que cuenta de la relación con su hermano.
Me fascina el modo que tienen de (no) relacionarse, con una frialdad asombrosa: parece que hay un choque entre un respeto grandísimo de la intimidad y un afán último de sinceridad, que yo asocio a lo luterano. El hecho es que acaba produciendo unas colisiones cósmicas en los ámbitos de las relaciones familiares. O no se dicen nada durante años o de golpe se sueltan grandísimas requisitorias. Todo en la superficie es ideal, fiordos, nieve, limpieza, y luego todo es enrevesado, retorcido, complejo. Y luego el tema del alcohol, las borracheras para olvidar qué, ¿la nada?
Me he quedado con ganas de más. A ver qué tal el segundo volumen
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