Estaba leyendo el segundo volumen del libro de Fray Lorenzo de Zamora, Monarquía mística de la Iglesia (no hay edición moderna; hicimos la del volumen 1, que acabó siendo un tocho tremendo) y me encontré un elogio de la aurora, tema de los más predilectos de mi corazón. Todo es a propósito de un pasaje sobre que también los reyes pasan, que traducido del hebreo es "como pasa la aurora". Pongo en negrita lo más potente:
Pasan los reyes como la mañana y en el hebreo sicut Aurora transit . Pasan los Reyes como el aurora. Qué divino jeroglífico de la vida de los reyes, qué hermosa sale la Aurora, qué le dicen de bellezas los poetas, qué de bendiciones le echan todos, qué le dan de parabienes. Las aves puestas en los pimpollos de nácar la saludan, los navíos disparan la artillería, las centinelas cansadas de los trabajos de la noche la saludan, los enfermos se alegran con su vista, los riscos que antes ponían pavor y miedo con sus resplandores parecen vestidos de oro matizado, las yerbas se atavían de colores, los campos se adornan, los árboles se hermosean, el oriente se ríe, el occidente con unas nubes delicadas libreadas de sus vislumbres se arrebola y se librea, todo se alegra, todo se regocija, pero en un momento pasa esta hermosura, dejando el mundo de un color y manera. Desta suerte son las vidas de los reyes. Al amanecer de un rey, al comenzar su señorío qué de bendiciones le dicen todos, qué gozo tan universal hay en sus estados, qué de bendiciones le echan, qué de regocijos, qué de fiestas se hacen, qué de nuevas esperanzas cobran todos, pero es gloria esta de un momento, en viniendo la noche de la muerte lo torna de un color todo, al rey iguala con el vasallo, al príncipe con el criado, al que pide por las puertas con el más poderoso de la tierra, al oficial con el potentado, todos están de un color, todos tienen una librea, todos se convierten en ceniza, todos se tornan polvo, tierra, basura, gusanos y desventura, allí los soldados con sus trofeos, allí los capitanes con sus triunfos, allí los papas con sus tiaras, los obispos con sus mitras, los jueces con sus varas, allí va todo, allí para allí fenece, allí tiene su periodo, allí las galas, los trajes, los vestidos, las telas, la soberbia, la hinchazón y locura de los hombres, todo tiene allí su paradero, su fin, su cláusula y remate. Sírvase el Señor que, pues el alma fue criada para el cielo, que depositado el cuerpo en la tierra, ella vuele a las bodas de su esposo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina in saecula saeculorum (fol. 83).
No hay comentarios:
Publicar un comentario