Al principio no, pero luego acababa resultando llamativa la abundancia de carteles con órdenes, prohibiciones, consejos y advertencias:
¡Prohibido arrancar flores!
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Al principio no, pero luego acababa resultando llamativa la abundancia de carteles con órdenes, prohibiciones, consejos y advertencias:
¡Prohibido arrancar flores!
Yo antes iba a esas ciudades de otros países a ver el Museo judío que tuvieran: en Innsbruck pasé un día delante de la Sinagoga y había dos policías con metralletas en la puerta. Otro sitio que suelo visitar es el Jardín Botánico (por ejemplo Zagreb o Zürich). El Jardín Botánico de Innsbruck tiene de fondo los inmensos montes. Justo encima hay un observatorio astronómico hecho en 1907:
Todo un lateral estaba dedicado a los helechos: los había de muchas formas, más triangulares, más cuadrados. Me gustan los helechos. No sabía que hubiera tanta variedad. Muy verde, este Adiantum venustum, en alemán Immergrüner Frauenham. Lo he buscado: en inglés lo llaman Pelo de doncella del Himalaya:
Había un espacio para cactus espectacular, que pudimos ver solamente desde la puerta:
Comimos, tras las tres horas felizmente pasadas en la Armería y el Gabinete de Maravillas, en un jardín del palacio de Ambras, a la vera del edificio grande, el castillo-palacio.
Comenzamos por la Sala Española, que no sé por qué se llama así, de la segunda mitad del XVI. Es un gran salón con los retratos pintados de los duques de Tirol hasta Fernando II, el amo del palacio y el que lo puso a tono:
Vimos también la capilla, del XIX, muy en un neogótico que a mí ahora incluso me hace gracia, cercano al movimiento nazareno, o por ahí:
Aparte del Baño-Piscina de Philippine Welser, la mujer de Fernando II, el núcleo del edificio resultó ser una Galería de retratos reales entre los siglos XV y XVIII, algunos buenos, pero como un escalón por debajo todos de los que yo recuerdo de El Prado o sitios similares. Lo del XV y XVI lo seguimos en detalle, empezamos a cansarnos con el piso dedicado al siglo XVII y cuando llegamos al piso dedicado al siglo XVIII lo vimos a la carrera. También había una colección de objetos de cristal que hubieran merecido nuestra atención si no estuviéramos agotados. En medio había una exposición muy tonta sobre "diversidad": una estupidez pretenciosa.
Pero os pongo algún retrato, empezando por Fernando el Católico, quizá de Sittow:
Esta sería Catalina de Aragón, también de Sittow, pero ya la había visto en Viena, así que será copia:
La pobre Juana la Loca, del Maestro de la Leyenda de la Magdalena:
Esta es Ana de Austria, de Seisenegger:
En el Palacio de Ambras la visita a las salas de "maravillas" fue como recordar el Wunderkammer del KHM en Viena en pequeño. Muy entretenido. Por ejemplo esta calavera de una sola pieza de madera:
Hacía diecisiete años, creo, que no iba a Pamplona. La última vez que recuerdo fue también una visita a la Clínica de la Universidad de Navarra, muy asustado yo entonces con mi cáncer de tiroides. Esta vez iba de acompañante de otro y para algo mucho menos grave.
Esta estadística que voy a dar no vale, pero de las seis o siete personas con las que hablé en total, preguntando algo por la calle, en la Clínica y también en el Museo de la Universidad de Navarra, todas fueron amabilísimas. Eso me ayuda a corregirme de la cada vez peor opinión que me estaba creando de esa ciudad y de esa región, que manda al exterior vibraciones, sobre todo en lo político, pésimas, en la misma onda que Santiago de Compostela y Galicia en su conjunto, por otro lado: ombliguismo, nacionalismo aldeano hasta la exacerbación, parálisis, envejecimiento acelerado.
La suerte es que a los pamploneses y a los navarros en general (ya sé que mi encuesta no vale nada) los veo como la gente normal, muy majos, con la que hablé. Usaban esos diminutivos tan graciosos en -ico. No me dio tiempo a patear mucho fuera de la Clínica, salvo a cruzar una tarde el Campus, precioso en otoño, con la ermita rodeada de hojas amarillas redondeadas, hasta llegar al Museo, que no conocía, del que hablaré otro día, cuando haya terminado con el relato sobre Innsbruck.
No puedo no tener simpatía por la Universidad de Navarra, por lo que me afecta, pero se hace a veces cansado tener que defenderla (por ejemplo aquí con Peyró). Pero la verdad es que de todos los lados la atizan: o por demasiado centrista (o hasta tirando a la izquierda) o por demasiado de derechas. Por lo demás, yo soy el primero que querría ser considerado "normal", no una caricatura del Opus Dei sobrepuesta sobre mí: esto le pasa a lo grande a la Universidad de Navarra.
Pensaba yo, yendo por detrás del edificio central, que justo hace unas semanas, el día de la condena a los terroristas de ETA que pusieron una bomba que podría haber matado perfectamente a cientos de personas (escribí cuando el atentado algo similar a lo de ahora), la noticia no fue esa, sino unos insultos, que estuvieron muy mal, a Marlaska, que no pintaba nada allí, por otro lado. Luego me enteré de que Marlaska se había autoinvitado: qué difícil es moverse entre percepciones y prejuicios.
Mis escasas esperanzas en el terrero del arte en Innsbruck estaban puestas en el Palacio de Ambras. Allí estuve y disfruté mucho las siete horas que pasé visitándolo, con comida en el jardín y café en el patio incluidos.
Es un palacio que hizo Fernando II, el Archiduque de Austria y Conde de Tirol en el siglo XVI, para su mujer, que la pobre, cosas del amor, no era lo suficiente noble para que los hijos heredaran el título. Defendían allí que es el primer museo propiamente dicho y yo me lo creo. Me lo creí hasta el punto de que imbuido de esa presunción disfruté hasta de la primera parte de la visita, que era la de las armaduras. Fuimos parándonos en cada una, pero también en los escudos y retratos que el gran Fernando II puso junto a las armaduras que coleccionó. Te imaginabas una sala con todo aquello casi tal cual la veíamos nosotros:
Hasta de los turcos tenía armaduras y armas, hasta ese punto llegó la turcomanía. En la España del XVI lo entiendo, pero en la Austria con Viena sitiada y un peligro muy real de conquista encima es mucho más meritorio. Esto eran una especie de tapetes de cuero flipantes, turcos: