Llego muy tarde, cuando todo el mundo ha dicho ya todo sobre este libro, pero me uno igual al coro de los elogios entusiastas: Imperiofobia y leyenda negra. Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español, de Elvira Roca Barea es un grandísimo libro.
Lo primero que quiero destacar es que me ha descubierto la noción de imperio. Es una realidad extraña, grandes conquistas en breves periodos de tiempo y un conjunto cohesionado al final. España está ahí con Roma, Rusia y los Estados Unidos, con la grandeza de lo logrado y la mala fama que comparte con todos los demás imperios.
Pero yo creo que ya era hora (y me asombra que este libro haya sido tan bien recibido, un indicio fuerte de un auténtico cambio de ambiente intelectual, junto con el de la reacción general que pudimos vivir ante el golpe de estado de los puigdemonts de hace medio año): la continua visión deformada de España por parte de sus enemigos no ha podido con ella y ya estamos hartos de tanta mentira.
A mí lo de «construir relatos» me cansa ya, porque parece como si se pudiera aplicar a todo y que todo diera igual y todo fueran «relatos» equivalentes. Pero el hecho es que con los materiales del pasado algunos «relatos» salen como un churro y otros dan el pego pero son de cartón piedra; se sostienen, pero hasta que alguien con un dedo los tira. Es tan viejo como el toser: la propaganda se entremete en la historia y hay muchas historiografías implícitas que deben ser desenmascaradas. Forman «relatos», pero falsos.
Quizá lo que más me ha sorprendido es la visión positiva de la conquista de América. En ese capítulo hay un párrafo que quiero poner aquí, de la Cofradía de la Santa Resurrección, que reunía a los españoles en Roma (es de después de 1580, con la anexión de Portugal):
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No creo que la autora llegue a leer esto, pero si lo hace, le recomendaría que leyese, de Pedro de Valencia (humanista en el mejor sentido de la palabra; nunca fue inquisidor) su informe sobre los sucesos de Zugarramurdi, con el que contribuyó a evitar en España las quemas de brujas que fueron tan generales por el norte de Europa, ese norte que luego viene con su repelente superioridad intelectual a pretender darnos lecciones.
Lo primero que quiero destacar es que me ha descubierto la noción de imperio. Es una realidad extraña, grandes conquistas en breves periodos de tiempo y un conjunto cohesionado al final. España está ahí con Roma, Rusia y los Estados Unidos, con la grandeza de lo logrado y la mala fama que comparte con todos los demás imperios.
Pero yo creo que ya era hora (y me asombra que este libro haya sido tan bien recibido, un indicio fuerte de un auténtico cambio de ambiente intelectual, junto con el de la reacción general que pudimos vivir ante el golpe de estado de los puigdemonts de hace medio año): la continua visión deformada de España por parte de sus enemigos no ha podido con ella y ya estamos hartos de tanta mentira.
A mí lo de «construir relatos» me cansa ya, porque parece como si se pudiera aplicar a todo y que todo diera igual y todo fueran «relatos» equivalentes. Pero el hecho es que con los materiales del pasado algunos «relatos» salen como un churro y otros dan el pego pero son de cartón piedra; se sostienen, pero hasta que alguien con un dedo los tira. Es tan viejo como el toser: la propaganda se entremete en la historia y hay muchas historiografías implícitas que deben ser desenmascaradas. Forman «relatos», pero falsos.
Quizá lo que más me ha sorprendido es la visión positiva de la conquista de América. En ese capítulo hay un párrafo que quiero poner aquí, de la Cofradía de la Santa Resurrección, que reunía a los españoles en Roma (es de después de 1580, con la anexión de Portugal):
Siendo esta cofradía propria de la nación española es necesario que el que hubiere de ser admitido a ella sea español y no de otra nación; la cual cualidad de ser español se entienda tener para el dicho efecto tanto el que fuere de la Corona de Castilla como de la de Aragón y del Reino de Portugal y de las islas de Mallorca, Menorca, Cerdeña e islas y tierra firme de entrambas Indias sin ninguna distinctión de edad ni de sexo ni de estado (296)Eso fue el imperio español, una empresa colectiva, con muchos aciertos y también errores, claro, pero no sólo errores. La leyenda negra es negra porque está hecha a base de mentiras, que es bueno desenmascarar, por lo caras que nos salen.
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No creo que la autora llegue a leer esto, pero si lo hace, le recomendaría que leyese, de Pedro de Valencia (humanista en el mejor sentido de la palabra; nunca fue inquisidor) su informe sobre los sucesos de Zugarramurdi, con el que contribuyó a evitar en España las quemas de brujas que fueron tan generales por el norte de Europa, ese norte que luego viene con su repelente superioridad intelectual a pretender darnos lecciones.