Acabado lo académico del Congreso, volvimos andando por un lado de la Catedral. Paramos en las imágenes de una de la puertas, las terracotas de Mercadante de Bretaña:
Ignacio me enseñó su casa y allí nos acabamos quedando, a la brisa que corría por la azotea. Las velas que la cubrían las fue replegando y se quedaron, casa y azotea, como la del caballero del Verde Gabán, con un «maravilloso silencio» que debía de ser muy irreal, vacía de niños en esas pocas horas. Por suerte dos de sus hijos pasaron por allí, apariciones momentáneas de dos adolescentes admirables, orgullo para sus padres y esperanza para mí de lo mejor de una España mejor que se atisba, a pesar de los pesares.
Y qué cielo azul rodeaba a la Giralda:
Y a la iglesia del Salvador:
Había como amenaza de tormenta con polvo, pero era para darle más efecto dramático a la tarde:
Y así se quedó la Giralda:
Gracias, Ignacio. Qué gran suerte tuve de tenerte de anfitrión.
Ya había renunciado al Museo de Bellas Artes y lo había dejado para mi próxima visita, que se me está convirtiendo en mítica, de tan deseada. Casi también la Catedral, pero el domingo, justo antes de salir en el avión, pude ir a Misa a la Capilla Real y de paso echarle un vistazo al edificio, como preparando el terreno para cuando pueda volver.
Por fuera la Giralda se lleva el protagonismo, con razón, pero hay puertas muy bonitas, para dar y tomar. Nos fijamos en una con imágenes de terracota, de Mercadante de Bretaña.
Por dentro es una Catedral tremendísima: asusta, admira y enamora. Y tiene eso que ya sólo es normal en Sevilla: un retablo con un cuadro enorme de Murillo, otro con zurbaranes, una capilla con el Cristo de la Clemencia de Martínez Montañés y una Virgen suya en otra capilla, que la llaman «la cieguecita», pura delicadeza.
Y luego está el retablo mayor, madre mía qué retablo:
En la Capilla Real había unos ventiladores excelentes. He leído que por entre los constructores aparece mencionado Gil de Hontañón, que es como de la familia, porque trabajó también por Castrojeriz:
Allí pensé que ése era unos de los centros de España. Ya estaría bien que nos dejásemos de polaridades cansinas Madrid-Barcelona y nos sostuviéramos en una red en la que España tendría mejor apoyo, formada también por la Catedral de Santiago, esta Capilla Real, la de Granada, el Escorial, el Pilar, las Universidades de Salamanca y Alcalá, la Catedral de Burgos, san Juan de la Peña y Covadonga, los molinos de La Mancha y más cosas que me olvido.
Yo allí le recé a san Fernando: a ver si hace algo, que falta nos hace.
Buscando fotos para poner aquí, he entrevisto algo de la inmensidad de esta Catedral que me parece que necesita mucho tiempo para verse como merece. Inmensas ganas tengo de poder verla despacio.
Aquí os dejo esta lápida que vi cerca de la de Hernando Colón:
Cinere umbra opprobrio nihilo inanior ac vilior ego etiam non ego Marcelus de Castrillo Canonicus Hispalensis. Obiit die 26 Aug. ann. 1676. Aetatis suae 49 [ Aquí, una transcripción con traducción. Pero hay una variante más compleja, para liarlo todo todavía más] Más vano y vil que la ceniza, la sombra, el oprobio y la nada soy yo. Pero hasta ni yo, Marcelo de Castrillo, canónigo hispalense. Murió el 26 de agosto de 1676, con 49 años.
Teníamos visita guiada a los Reales Alcázares. Me hacía mucha ilusión: veo a Pedro I el Cruel como un poco de la familia, porque pasó temporadas en Castrojeriz, donde (ejem) mató a la reina Leonor de Castilla, ahora enterrada, la pobre, en la Colegiata. También san Fernando lo considero familia, por lo santo y por lo burgalés.
Pero me despisto. Lo más icónico fue ver volar a un montón de vencejos (creo) sobre el patio. Era una escena como de película de Malick.
La guía no me cayó muy bien desde el principio. Llamó «pompier» a un cuadro en el que mi san Fernando recibía la comunión por última vez, casi agonizante y con los brazos en cruz, la corona por el suelo.
Pues a mí me gusta:
Y esta foto de wikimedia me ha hecho descubrir en la wikipedia que no vi ni la mitad de la mitad y además que la mitad que más me interesaba no la vi, ni los tapices de la conquista de Túnez (vi cartones, no sé si de esos mismos, en Viena), ni la capilla gótica ni tantas otras cosas.
Y todo esto por la sobrevaloración de lo árabe. Yo disfruté de esas salas con sus decoraciones, pero tampoco es que lo prefiera. Ahora mismo, si volviera a la Alhambra, con lo que me gustó cuando la visité, lo que más ilusión me haría es el palacio de Carlos V. Llamadme raro, que no me importa,
Me hubiera gustado detenerme en la galería de tetratos.
Sí que pude pararme un poco en el altar de la Virgen de los Mareantes:
Esto es para decir, Ignacio, que a ver cuando llega el momento de hacer una visita detenida, como se merece, de todo el Alcázar y sus jardines. Esto lo declaro sólo un aperitivo.
De las fotos que hice. Esto no recuerdo, pero era interesante, más clásico:
Capiteles:
Y cúpulas estrelladas, que tenían que ver con lo que expliqué sobre estrellas en Flannery O'Connor:
Y la labor de encaje de todas las piezas
Quizá aquí se vea mejor que son piezas encajadas. Nuestros azulejos copian el conjunto:
El segundo día del Congreso lo esperaba con ganas y un poco de aprensión, porque iba a conocer a Andrés Trapiello, al que llevo leyendo desde hace quince años y que me ha ayudado tanto a replantearme tantas cosas sobre la vida, la literatura y el arte, pero no tenía muy claro si el tema le cuadraba. Al principio de la mañana la que le había invitado a dar su conferencia me explicó que lo había hecho simplemente porque le veía muchas afinidades con la escritora americana, aunque no la había leído en absoluto hasta entonces. De ahí el título «Flannery O'Connor y el rezagado». El otro miedo mío era cómo los yanquis del Congreso le iban a entender: hubo traducción simultánea.
Tuvimos la sesión en el pabellón de Estados Unidos de la exposición de 1929, una recreación de una casa colonial californiana muy bonita y sobre todo con aire acondicionado: hacía 40 grados fuera.
Me acerqué a Andrés y a Miriam, su mujer, y me encontré a dos personas encantadoras, de una amabilidad y una cordialidad grandes. Podría haber estado horas hablando con los dos.
La conferencia fue excepcional. Yo, que le he estado oyendo otras suyas recientes (por ejemplo una absolutamente magistral sobre el Rastro) creo que ha llegado a un estado de felicidad creadora único, por lo demás algo perfectamente lógico en quien se ha pasado la vida escribiendo y leyendo con atención, sensibilidad y criterio.
Sólo pondré aquí alguna cosa que me anoté:
-La comparación con Gutiérrez Solana, que me pareció muy interesante. Habló más sobre la relación de escritores en su actitud común de piedad: ahí mencionó también a Chejov.
-Una palabra que nos regaló: binza, la película exterior de la cebolla.
-Le atizó a Harold Bloom por comparar el catolicismo de Flannery con el nazismo de Céline y yo me alegré infinito, porque tengo atravesado a Bloom y esa se la tenía guardada.
-Leyó un poema precioso de Unamuno y nos dijo que estaba, leído por el propio poeta, en youtube. Aquí lo tenéis:
Flannery O'Connor decía que su vida no le iba a interesar a nadie*, pero ahí estábamos en un Congreso hablando sobre el único beso que le dio Erik Langkjaer (leyeron, en dos días distintos, dos poetas distintos: Alfredo Félix-Díaz y Angela Alaimo O'Donnell poemas sobre ello y vimos en una película que presentaron allí al propio Langkjaer contándolo, el cabrito diciendo que fue «como besar a un esqueleto»). Y la propia Flannery lo reelaboró en La buena gente del campo
Yo también pensaba que lo más importante con Andrés Trapiello era leerle, pero estoy muy agradecido de haberle podido conocer.
*There won't be any biographies of me because, for only one reason, lives spent between the house and the chicken yard do not make exciting copy.
Sobre cómo iba a resultar el Congreso de Flannery O'Connor no las tenía todas conmigo: de primeras parecía un desembarco de yanquis que querían conocer Sevilla y se habían rodeado de un barniz de color local, a cuenta de que la finca donde vivió ella se llamaba Andalusia. A mí en ese caso me tendrían que haber metido en la categoría de «barniz» o de «tonto útil». Pero yo me voy antes con un grupo de yanquis, por muy tenue que sea su excusa, que con otras reuniones patrias, donde el principal interés son las gambas del final, si las hay.
El Congreso resultó, como los otros a los que he asistido sobre Flannery O'Connor, entusiasmante. Casi parecíamos de un club de fans, pero de alto nivel, eh. Conocí gente muy interesante, saludé a conocidos y me volví a pasmar del rigor de los académicos norteamericanos, especialmente de los jóvenes. Incluso si citaban a Derrida, lo hacían con tremendo aplomo, como si le creyeran.
Aparte de mi estelar comunicación sobre las estrellas (salí razonablemente contento), lo más destacado era la ponencia inicial de Richard Rodríguez un escritor desengañado en medio de demasiadas cosas (más me gustó una entrevista que le hicieron en este podcast de la revista Image), y una mesa redonda de traductoras de Flannery al español, que resultó muy bien.
A la vuelta, hice unas fotos del Ayuntamiento de Sevilla, renacentista, plateresco, muy bonito, con un añadido moderno que no desentona.
Esto es el arco que se abría al convento de san Francisco, por desgracia desaparecido, aunque su gran retablo (vueltas que da la vida) lo tenemos ahora en Santiago:
Al que madruga, Dios le ayuda y al que va a primera hora a Misa, además de eso mismo, algunas veces hasta ventajas materiales. En la parroquia de la Magdalena de Sevilla me encontré para mí solo un ejemplo excelente de conservación, una iglesia que no había sufrido ninguna de las desgracias que han diezmado las iglesias españolas (guerras, mal gusto, afán de novedades, paredes encaladas picadas). De esta, a uno podía gustarle más o menos su abigarramiento, pero a mí me encantó verla así, tal cual:
Yo de primeras fui a la capilla del Santísimo. Intenté estar atento a Quien estaba, pero al poco me despisté mirando a los lados y zas: me di con dos cuadros de Zurbarán en la pared:
Son foto mías, regulares pero más «reales» Aquí tenéis la de wikimedia:
A Zurbarán se le pueden poner pegas (yo no, yo lo quiero como es), pero siempre se le encuentran grandezas por encima de todas sus posibles limitaciones. Por ejemplo el blanco del hábito, el rosa y azul y el amarillo de los vestidos. Y mirad cómo el cuadro que pinta dentro de su cuadro es peor que el suyo-suyo, por decirlo simplonamente.
Había mucho que admirar allí. Yo sólo os pongo La Batalla de Lepanto, de Lucas Valdés:
[de wikimedia]
Y este fresco de Santiago:
Fuera, me encontré un texto de san Bernardo con Lamentaciones de la Virgen:
Y salí después de misa, tan contento, a coger el autobús para el Congreso, pero habían cambiado el sitio sin avisar, así que miré en Google Maps y vi que de allí mismo salía un autobús y que luego tenía un cuarto de hora de caminata. Como era pronto, pensé que no haría mucho calor y que el paseo hasta me vendría bien. Podía haber cogido un taxi, pero me pudo la roñosería.
El viaje en autobús estuvo bien, yendo por la Avenida de la Palmera y entre facultades de la Universidad, pero llegué a la parada y me encontré en el límite de la civilización o mejor en el sitio al que llegó la construcción antes de la crisis. Google me decía que fuese andando por una calle, pero la acera se acabó y me encontré en un descampado entre coches, jugándome la vida. Me tuve que rendir: llamé a un taxi y llegué bastante cabreado al lugar del Congreso sobre Flannery.
Hoy me he levantado cansado, justo lo contrario de estos otros días de tan poco dormir en Sevilla. Contribuye, además del efecto anticlimático de la vuelta a la rutina, el dulce narcótico del fresquito de Santiago, ese aire acondicionado que Dios nos da aquí.
En Sevilla ha sido todo excelente y el calor hasta me importó poco, aunque bien que me metía yo por la sombra y reclamaba a la mínima refugios climatizados.
Al llegar, hice esperar a Ignacio, que, un prodigio de amabilidad, había venido a buscarme (y eso que no nos conocíamos). Desde el coche, dimos un paseo inicial que me sirvió de aperitivo de lo porvenir: primero las adelfas, luego los colores, el albero, los azules desvaídos siglo XVIII.
Quedamos con Enrique, saludamos a Abel, pasamos por un antiguo convento, ahora club decimonónico. Como el ladrillo es tan escaso en Galicia, me llamó más la atención el uso tan fino que hace de él para portadas y patios como este:
Entramos en la iglesia del Salvador y ahí me di con el barroco de retablos del siglo XVIII (que no me resultaron tan distintos de los de Simón Rodríguez de aquí):
Había tallas de Martínez Montañés y una custodia sobre unas andas de platas majestuosas. Vimos todo esto con la música de fondo de un coro rociero que cantaba en Misa en ese momento. El patio, antes de mezquita, era una maravilla de armonía y frescura:
Nos dimos prisa de llegar a una lectura poética de Alfredo Félix-Díaz, pero de camino estaba este patio tan elegante, discreto y poco pretencioso:
En la lectura poética estaban ocupadas todas las sillas, así que nos sentamos en una mesa:
El acto estuvo muy bien: los comentarios de los introductores, que pudimos luego criticar a gusto, la guitarra de un como flamenco moderno que tocaba excelentemente uno que resultó ser holandés y la lectura por parte de Alfredo de sus poemas, tan sugerente. Ahí leyó uno sobre Flannery que me sirvió de introducción al Congreso del día siguiente.
Cenamos en la plaza, a una temperatura relativamente cálida pero muy dulce. Comí por primera vez rabo de toro, que uno está muy poco viajado y a poco que salga, todo le resulta nuevo.
Redondeamos la noche en una terraza con la Giralda enfrente: lo más bonito de entonces lo cuenta Enrique. Ahora no consigo recordar casi de qué hablamos, pero mucho debimos de hablar, cuando acabamos a las dos, con una brisa suave hasta para Sevilla.
Qué cariño le he cogido a la Giralda. [La foto, con los mojitos en primer plano, es de Ignacio]