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lunes, 11 de abril de 2016

La firmeza de sonámbulo de Diderot

Me consuela mucho encontrar a alguien que confirme mis opiniones más minoritarias. Por ejemplo en el libro-entrevista de Rémi Brague hay un momento en que tiene que corregir un dato de un cuento (pseudo-)filosófico de Borges, y además señala que un verso suyo que le citan no le gusta: le estoy muy agradecido por ello, porque mi anti-fe borgiana recae a veces en momentos de debilidad.

Cuando veo a modernos biempensantes (Lassalle, Gomá, últimamente) poniendo la Ilustración en los cuernos de la luna como la cima del saber y el Inicio De La Realidad, no puedo menos que revolverme. A Brague le preguntan por el problema que tuvieron gente como Lessing o Kant con la historicidad de Cristo:
Frente a la figura de Cristo, el Siglo de las Luces demostró una ceguera extraña, por no decir increíble. Se queda uno consternado leyendo lo que algunos autores del siglo XVIII -fuesen adversarios o apologistas del cristianismo- dijeron sobre él y sobre Dios. Esto sucedió sobre todo entre aquellos que en Francia se autoproclamaron «filósofos». Por ejemplo, Diderot casi siempre pasa de largo con firmeza de sonámbulo ante las cuestiones importantes. He releído recientemente la Conversación de un filósofo con la Mariscala de... Me he quedado consternado ante tanta mentecatez autosatisfecha (85-86).
Más adelante:
Hay una cosa que me pone especialmente nervioso, tanto en las personas como en los grupos: la tendencia a la autocomplacencia. Esta actitud culmina en el modo en que la Modernidad cuenta su propia historia como la de de un irresistible progreso hacia... sí misma (98).
El «progreso científico» también recibe lo suyo. Brague recuerda la cantidad de científicos seducidos por el espiritismo (a mí ya me sorprendió su éxito con el krausismo) y se lamenta de la victoria del cientifismo sobre la filosofía, que ha dado lugar a ese «positivismo tranquilo e irreflexivo que constituye el bajo continuo de la opinión pública de las naciones occidentales» (107).

Pero sería injusto colocar aquí solo lo que confirma mis tics. Me avisa el propio Brague:
Lo que a mucha gente no le gusta de la verdad es que no nos deja tranquilos... [Explica que san Agustín distingue entre veritas lucens «verdad que ilumina» y veritas redarguens «verdad que nos acusa»]. Nos gusta la primera porque nos permite conocer y controlar las cosas; detestamos la segunda porque muestra lo que preferiríamos que permaneciese oculto (127). 
Me gusta mucho Brague, como veis. Espero que me siga haciendo replantearme las cosas y que siga encontrado en sus libros tanto solaz, instrucción y sabiduría como hasta ahora.



Por lo demás, yo ahora no estoy para discusiones filosofía/religión o filosofía/ciencia, sino sobre filosofía / poesía, que tenemos Curso de Verano en el horizonte.

miércoles, 6 de abril de 2016

Rémi, Pego y Gregg

En el libro-entrevista le pregunta Giulio Brotti  a Rémi Brague por el «diálogo» que, aventura, como mucho «serviría para prevenir conflictos y favorecer las tareas socio-filantrópicas de las respectivas comunidades», en cuanto que se parte de la base de que «en el imaginario colectivo actual, casi todas las religiones monoteístas serían equivalentes» (cita a judíos, cristianos, musulmanes y sikhs):
Cuando oigo la palabra «diálogo» estoy tentado de desenfundar, no diré que una pistola, pero sí todo mi escepticismo. Demasiado a menudo no se asiste a otra cosa que a monólogos paralelos envueltos en azúcar.
[dudas sobre si el diálogo interreligioso da de hecho resultados]
¿Las religiones monoteístas? Le agradezco que haya añadido a la letanía de las «tres religiones monoteístas» a los sikhs. ¿Y por qué no los baha'i y los mormones, sin olvidar al faraón Akhenatón y a todas las religiones que surgen en los Estados Unidos al ritmo aproximado de una cada diez años? Todos se dicen monoteístas. Sin embargo, sería un error reunirlas en una misma categoría ya que el modo en que estas religiones conciben la unicidad de Dios es diferente. Todas ellas no admiten más que un solo Dios, pero no admiten del mismo modo este ser «uno solo». El supuesto «diálogo» no suele servir para mucho más que para pagar el avión y el hotel a un pequeño grupo de profesionales de las maneras aterciopeladas.
Sobre lo que piensa del Islam el poeta Adonis (y cómo nos retratamos nosotros en el espejo de nuestra reacción ante ello), tenéis que leer esta entrada excelente de ayer de Cavalcanti (o de su heterónimo Armando Pego).

Y ayer mismo, un rato después (¡estas coincidencias cósmicas!), leí este artículo de Samuel Gregg y es de quitar el hipo: «De vuelta a Ratisbona. Diez años después, Occidente todavía en estado de negación» (Regensburg Revisited: Ten Years Later, A West Still in Denial).

lunes, 4 de abril de 2016

Un curso de verano que organizo sobre «Filosofía y poesía»

Hay un tema que me interesa mucho, cada vez más, el de el valor de la poesía (o la literatura en general) respecto a la filosofía «pura y dura», tal como lo planteó Platón y tal como se ha ido replanteando a lo largo de la historia.

Por eso he organizado un Curso de Verano en mi Universidad, los días 16 y 17 de junio (jueves y viernes), al que he invitado a gente que estaba deseando escuchar. Ya os iré dando detalles.


En el último libro de Brague (A dónde va la historia, Dilemas y esperanzas, Encuentro, Madrid, 2016, 44-45), que es una entrevista larga, está hablando de cómo se valora la ciencia y se detiene en tres acepciones del término «interés»: 1. lo que atrae nuestra atención, 2. lo que nos fascina y 3.
en el sentido etimológico de inter-esse, como aquello de lo que somos parte interesada, como aquello por lo que deberemos pasar si queremos llegar a ser nosotros mismos. Las ciencias son interesantes en el primer y segundo sentidos, pero no en el tercero. No nos enseñan nada sobre lo que somos. Hasta las obras literarias raramente lo consiguen, y solamente en sus momentos más elevados. Una comedia ligera puede ser tan divertida que nos haga olvidar nuestras preocupaciones. Pero solamente una gran tragedia como Edipo Rey o una gran comedia como El misántropo serán capaces de mostrarnos el abismo de nuestro propio corazón.
Esa es una opinión típica de filósofo, que los filólogos no hemos acabado de aceptar nunca, aunque nos faltan a veces argumentos: nos quedamos en que si la «fermosa cobertura» o que qué bonito o qué emocionante tal o cual cosa. O nos gusta la literatura y ya nos basta. Eso es lo que quería discutir en el curso, donde hay filósofos y abrumadora mayoría de filólogos, pero de los 'teorizantes'.

martes, 15 de marzo de 2016

El mandato del ser y el indicativo del deber

Del libro de Rémi Brague no voy a decir más, porque o lo resumo o lo fusilo y ya estáis vosotros para leerlo. Solo quería decir que el último capítulo es impresionante. Hace un repaso de las prescripciones de Dios en el Pentateuco:
-las 613 prescripciones de la Torah (que separan al israelita del gentil).
-el decálogo (que separa al hombre libre del esclavo).
-los siete mandamientos más o menos codificados que separan al hombre de los animales (relación abierta a la trascendencia, prohibición del incesto, normas sobre comida, prohibición de la blasfemia, respeto de la vida, de la libertad y de la legalidad).
-la orden de crecer y multiplicarse, que separa a los seres vivos de los inanimados.
-el primero es un cuasimandamiento, expresado en hebreo en modo yusivo, no imperativo, porque (dice Brague, yo no sé hebreo) no hay nadie que pueda recibir la orden. Para eso está ese modo en hebreo. Es esto: «Sea», el único caso además en la Sagrada Escritura donde es usado de modo absoluto. Y es porque es la luz a quien se manda ser, quizá (supone Brague) porque «tal vez debemos ver en ella una manera prefilosófica de expresar la analogía entre la luz y el Ser» (175).

Más adelante añade que esa moral no está en imperativo, como la de Kant, ni en optativo, como la griega (dice que es una frase muy hermosa de Victor Brochard esa del optativo, y sí que lo es), sino en indicativo. El paralelo que pone es la moral del gentleman: «Un caballero no hace trampas a las cartas». Se trata de una descripción. «El imperativo, si aparece, está al servicio del indicativo (175).

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«Dios no nos pide nada, pero espera de nosotros que produzcamos los efectos espontáneos, «naturales» de aquello que somos» (176).

lunes, 14 de marzo de 2016

Un libro de Rémi Brague sobre la legitimidad de lo humano

Lo propio del hombre. Una legitimidad amenazada es un librito de unas 200 páginas, recopilación de artículos que sirve de aperitivo al tercer libro que saldrá de una trilogía suya mayor.
Yo, como todo lo que leo de Brague, lo he leído con la boca abierta.
La cuestión es plantearse qué lugar ocupa el hombre en el mundo. El humanismo está amenazado en la medida en que era simplemente un acto de fe en la primacía de lo humano. Y así, de deconstrucción en deconstrucción (agarraos que la frase es cojonuda): “nuestro humanismo no es otra cosa que un anti-antihumanismo”.
Porque el hecho es que ya hay gente -en serio; están locos, claro- proponiendo el suicidio colectivo de la humanidad para que quede libre la Madre Gaya.
Frente a eso, lo que queda es recapitular, volver a cavar, recomenzar la pregunta. Y eso lo hace Brague como nadie, dominando como domina la filosofía clásica, medieval, moderna y contemporánea (a diferencia de otros -y no miro a nadie; Gomá y tutti quanti- que creen que basta con empezar desde la Revolución Francesa, si eso).

Si queréis más detalles, estas reseñas:

Un comentario más breve de Armando Zerolo.
Una reseña de extensión media de David Torrijos.
Una reseña más extensa de Enrique R. Moros.

Y aquí, el índice en pdf en este enlace.

lunes, 1 de febrero de 2016

La gran conversación

[Esto ha acabando siendo un encadenamiento de cosas que me fueron apareciendo de forma providencial, tened paciencia con los saltos mortales]

Os animo vivamente a ver esta conferencia que dio Rémi Brague en Chicago hace unos meses:


Habla despacio en un inglés clarísimo y lo que dice es de una sencillez y profundidad grandes. De todos modos, os pongo las notas que fui tomando en el móvil mientras lo oía:
Título «Conservation as Conversation».
Parte Brague de la etimología de «bárbaro»: el que no sabe hablar.
En cambio, la civilización, en expresión de santo Tomás de Aquino es una «conversatio civilis».
Conservadores para qué: para poder conservar la conversación.
Conversación que une generaciones. Burke y Chesterton (la democracia a los muertos*). Derecho a la continuidad. El pasado merece formar parte de la conversación (como mínimo, de él partimos). El pasado es valioso.
Visión de darwinismos más o menos simplones: los hombres estamos aquí por una especie de lotería, somos invasores en un lugar extraño, bárbaros que destruimos la naturaleza.
A Sócrates no le enseňaba nada la naturaleza. En cambio, a San Bernardo sí. San Agustín ya habló de conversar con la naturaleza a través del ejercicio de la agricultura (antecedentes en los estoicos de los «logoi spermatikoi» de la naturaleza).
La naturaleza no es ni cadáver ni diosa. En la Edad Media, Alain de Lille la define como «Dei vicaria» (Chaucer: God's Vicar).
En resumen: conversación con el pasado y con la naturaleza. El hecho es que en relación con la naturaleza podemos hacer más con ella de lo que llegamos a entenderla: somos bárbaros con ella.
Pero la conservación solamente es posible si se parte de la conversación con Dios
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*Se refiere a esta frase célebre de Chesterton (la leí aquí justo ahora):
I have never been able to understand where people got the idea that democracy was in some way opposed to tradition. It is obvious that tradition is only democracy extended through time….Tradition may be defined as an extension of the franchise. Tradition means giving votes to the most obscure of all classes, our ancestors. It is the democracy of the dead. Tradition refuses to submit to the small and arrogant oligarchy of those who merely happen to be walking about. All democrats object to men being disqualified by the accident of birth; tradition objects to their being disqualified by the accident of death….I, at any rate, cannot separate the two ideas of democracy and tradition; it seems evident to me that they are the same idea.

Una de mis mayores perplejidades recientes es el movimiento animalista, tan desproporcionado y tan desordenado en la gestión de los afectos, por lo demás buenos. Y justo el otro día, cuando tenía ya redactado hasta aquí, leí esto en el libro de aforismos de Enrique García-Máiquez (Palomas y serpientes, La Veleta, Granada, 2015, p. 31):
El alma que se queja en los ladridos del perro maltratado es la del que lo maltrata
Y ya puestos a juntar en una entrada cosas totalmente dispares, creo que cuadra aquí esta versión de una canción sobre lo que es realmente triste («no hay nada más triste que una tienda de animales, con los perros en sus jaulas, dando vueltas»:

miércoles, 22 de julio de 2015

Europa, la vía romana

Se cumple más o menos ahora un año de una memorable reunión de amigos en Madrid, aunque fue ahí donde lancé un anatema contra los romanos en plena comida: una estupidez como una casa que me ha ido reconcomiendo mi orgullo todo este tiempo (exagero, pero bueno, tú ya sabes).
Todo venía de algo que había leído en Simone Weil (qué gran hereje es). Por suerte, tengo a Rémi Brague para ayudarme (menciona -p. 26- como anti-romanos a ella y a Heidegger; en cambio Hannah Arendt no cayó en ello): a propósito de aquello suyo de la inclusión y la digestión del saber me fui a buscar su libro Europa, la vía romana. que ahora os recomiendo con todas mis fuerzas y sin cautela alguna: es grandioso, memorable, claro y fundamental.

Esta es su tesis (23):
Propongo, pues, como tesis: Europa no es solo griega ni solo hebraica, ni siquiera greco-hebraica. Es también decididamente romana, «Atenas y Jerusalén» ciertamente, pero también Roma. No quiero acentuar con eso, una vez más, la trivial evidencia de la presencia, al lado de otras fuentes de nuestra cultura, de una influencia romana. No intento sugerir que el elemento romano constituya la síntesis de los otros dos. Pretendo, más radicalmente, que nosotros no somos ni podemos ser «griegos» y «judíos» más que porque primero somos «romanos».
Así que no se trata de hablar de acueductos (solo). Todavía peor sería caer en las dinámicas tipo Astérix, esas búsquedas de lo «galo» originario para oponerlo a lo «romano», visto como una suma de lo que se percibe como negativo, desde la Iglesia romana a esa idea de los romanos como brutotes y rurales (24). Él afirma:
En cuanto francés, me enorgullezco así de ser heredero de una nación de traidores: los galos, que han sido lo bastante inteligentes como para dejarse arrancar su autenticidad -con la encantadora costumbre, entre otras cosas, de los sacrificios humanos- en beneficio de la civilización romana (98).
Y entonces, qué es entonces lo romano, según Brague:
Ser romano es tener la experiencia de lo viejo como nuevo y como aquello que se renueva por su transplantación a un suelo nuevo, transplantación que hace de lo que era viejo el principio de nuevos desarrollos (29).
La «actitud romana» es la de aquello que se sabe llamado a renovar lo antiguo. Frente a lo griego, es clave en la idea de lo romano un sentimiento de inferioridad: tener por encima el helenismo y por debajo una barbarie que someter (32). Pero mejor dicho todavía más adelante:
La tesis del presente ensayo se halla exactamente en oposición a toda orgullosa reivindicación de haberlo inventado todo, frente a gentes que «no han inventado nada». Decir que somos romanos es todo lo contrario de una identificación con un prestigioso antepasado. Es una expropiación, no una reivindicación. Es reconocer que en el fondo no hemos inventado nada, pero que hemos sabido transmitir, sin interrumpirlo, sino resituándonos en él, un caudal que viene de más arriba (71).
Esa es la grandeza de los romanos, esa conciencia de inferioridad que lleva a sobreponerse, para llegar a la altura de esos ideales:
El sueño de la filología era hacernos volver a ser griegos. Tal sueño se ha realizado. Pero de manera irónica. Hemos querido saltar por encima de los romanos para llegar a ser nosotros mismos los modelos de la cultura. Al hacerlo hemos suprimido la distancia entre lo griego y el bárbaro que constituía la romanidad misma, distancia que permitía la enculturación. Nos hemos vuelto así bárbaros, y no ya bárbaros helenizados, sino griegos barbarizados, solo conscientes a medias de su propia barbarie (128).
¿Veis por qué estoy tan entusiasmado con este libro? Y todo ello aderezado de sugerencias fascinantes, como la idea del colonialismo en paralelo con la idea de Europa respecto al ideal:
Cabría atreverse a decir que el ardor conquistador de Europa ha tenido mucho tiempo, entre sus más secretos resortes, el deseo de compensar, por la dominación de pueblos considerados inferiores, el sentimiento de inferioridad respecto a la Antigüedad clásica que el humanismo venía siempre a reavivar. Cabe sospechar algo semejante a un equilibrio entre la preponderancia de los estudios clásicos y la colonización: colegiales atiborrados de latín y de griego suministraban excelentes dirigentes al Imperio. Y a la inversa, el fin del papel dominante reservado a los estudios clásicos, en la posguerra, es contemporáneo de la descolonización (33).
Y citas de Tintín (94 n.4), o una de Tolkien (117 n.20): la partida de los elfos de la Tierra Media como expresión de la desacralización del mundo pagano con la llegada del cristianismo, en el que, con la Encarnación, se condensa lo divino: ὁ λόγος παχύνεται (Gregorio Nazianceno, Sobre la epifanía PG 36, 313b) o hablamos de un Verbum abbreviatum con san Bernardo.

jueves, 23 de abril de 2015

Remi Brague - Inclusión y digestión

Del libro de Rémi Brague, mi capítulo favorito es "Inclusión y digestión, dos modelos de apropiación cultural" (215-235), donde distingue, en lo que llama «apropiación cultural», dos tipos:

  1. el modelo de la inclusión («lo apropiado se mantiene en su alteridad»)
  2. el modelo de la digestión («el objeto interiorizado pierde su esencia» - y pone un ejemplo: «un lobo consiste, en el fondo, en corderos digeridos y convertidos en lobo»).

Explica que en la tradición literaria la imagen de la digestión es muy habitual (por ejemplo, el comer el libro en el Apocalipsis), pero no la de inclusión (solo encuentra un ejemplo: una cruz carolingia de Aquisgrán con un camafeo con el busto de un emperador romano en el centro).

En los textos, es muy interesante observar como el modelo de la paráfrasis acabó siendo central en el Islam y el del comentario acaba dominando en Occidente: en el primer caso el texto original se pierde, en el segundo queda como la base.
Avicena es un ejemplo de asimilación de Aristóteles (y de lo neoplatónico que había a su alrededor), pero quedando él como la referencia: el término para 'filósofo' (faylasûf), que significaba más o menos 'aristotélico', pasa a significar tras él, 'seguidor de Avicena'. (En cambio Averroes es distinto).

También pasa eso, por ejemplo, con el Derecho Romano en Occidente. La civilización occidental acaba descansando así sobre la importancia de la filología como modo de preservar los originales para poder remitirse siempre de vuelta a ellos, lo que permite -paradójicamente- avanzar.

viernes, 17 de abril de 2015

Bunch of data

Estoy actualizando una cosa (#una cosa) que escribí en 2007: en estos años, qué diferencia. Ahora tardé un minuto en encontrar la última revisión del tema (y en bajármela en pdf). Miré en dos o tres sitios más, encontré más referencias, vi que había salido un libro, lo pedí de préstamo interbibliotecario y me va a llegar en poco tiempo (y gratis: una novedad de esta semana en mi universidad; me malicio que porque los de ciencias ya no usan libros en papel y los demás no suponemos un gasto monumental).

Rémi Brague en una nota a pie de página  se refiere al relato de un monje nestoriano de lengua siriaca que viajó a Paris en 1827, como embajador de los mongoles (parece de coña, pero es así). En la nota, cita por la traducción inglesa y dice que hay una traducción al francés:
habría querido consultarla en alguna biblioteca que conservara esa rara revista [Revue de l'Orient Latin], pero no he podido burlar la vigilancia de los funcionarios encargados de impedir el acceso de los lectores (p. 60 n. 35). 
Un genio, este Rémi. Yo siempre me acuerdo en estos casos de la bibliotecaria de clásicas de la Complutense.

Aprovecho para dar las gracias a Google y a todos los almacenes de textos y a todas las publicaciones electrónicas abiertas (y a sitios como academia,edu) por salvarnos de los funcionarios cancerberos.

jueves, 16 de abril de 2015

Rémi Brague haciendo amigos

Le preguntan por otras religiones:
No tengo estima por la creencia como tal. Detesto ese hábito que se ha adquirido de considerar el acto de creer como si albergase un valor en sí mismo, independientemente de su contenido. Desconfío de quienes pretenden descubrir vínculos entre «creyentes», incluso asociarlos, sin preguntar en qué creen. Al fin y al cabo, ¡se puede «creer» en platillos volantes! Había nazis sinceros y leninistas convencidos. (...) A mi juicio, una creencia vale tanto como su objeto, ni más ni menos (40).
Y esto a la pregunta de «por qué seguimos siendo cristianos»:
Hablar de la herencia cristiana de Europa me molesta. Aún más de la «civilización cristiana». Esa civilización fue fundada por gente poco o nada preocupada por la civilización cristiana. Lo que le interesaba era Cristo y las repercusiones de su venida en la existencia humana en su conjunto. Los cristianos creían en Cristo, no en el cristianismo en sí mismo, eran cristianos, no «cristianistas».
Ha costado siglos traducir el hecho cristiano a las instituciones. Pensemos en el tiempo que llevó a la Iglesia imponer, contra hábitos inveterados, que el consentimiento de los prometidos fuera la única condición indispensable del matrimonio. El famoso matrimonio monógamo que ahora llamamos «tradicional» es, de hecho, una novedad duramente ganada. [pone el ejemplo del matrimonio por amor de los padres de san Juan de la Cruz]
¿Quién podrá decir que el cristianismo ha tenido tiempo de traducir en instituciones todo su contenido? Tengo más bien la impresión de que aún estamos en el inicio del cristianismo (42).

martes, 14 de abril de 2015

Rémi sobre el ateo como buen ciudadano

En la entrevista del principio de En medio de la Edad Media (ya he dicho que me gustan mucho las entrevistas a filósofos y esta también está muy bien), sale la pregunta sobre si un ateo puede ser un buen ciudadano, candente desde el siglo XVII. Rémi Brague explica muy bien el trasfondo teórico y acaba así:
si el problema consiste en asegurar la coexistencia pacífica de los miembros de una sociedad, incluso en asegurar el reparto más equitativo de los recursos disponibles, es suficiente con negociar una fórmula que permita la maximización de las ventajas. Para conseguirlo no tenemos necesidad de ningún tipo de trascendencia. Pero esto vale solo para lo que nos hemos acostumbrado a llamar, de modo bastánte sintomático, la «sociedad», un término de origen económico. Esta sociedad es en el fondo un club de personas presentes, que disponen de la capacidad de nombrar nuevos miembros o expulsarlos. El problema es que la humanidad es también una especie animal que pierde constantemente individuos y que no puede subsistir sin que sean reemplazados por otros que solo puede extraer de sí misma. El hombre no es solo mortal, sino, como decía Hannah Arendt, «natal». Ahora bien, si sabemos lo que hacemos, ¿por qué traer al mundo niños que no pueden, evidentemente, pedir nacer? Si «la vida es un asunto que no cubre su coste» (Schopenhauer), todos los padres son, sin más, criminales. Si traemos niños al mundo con tal de que puedan hacer más llevadera nuestra vejez, será peor incluso; nunca se planteará la utilización del otro a un nivel tan radical. Si es para permitir a otros «dar un paseo encantador a través de la realidad», bravo [es una cita de los recuerdos de infancia de Renan]. Pero aún habrá que mostrar que la vida, toda vida, es un bien tan inconmesurable que equilibra los sufrimientos que entraña. Sufrimientos que, por definición, no pueden conocer quienes han nacido... La única salida que hay para ello es una metafísica (33-34).
Es un día apropiado para ponerlo.

lunes, 13 de abril de 2015

Rémi Brague

Como con mucho de Platón y con Leo Strauss, también gracias a Gregorio Luri llegué a Rémi Brague. Me leí En medio de la Edad Media, que os recomiendo vivamente: es pasmosa la amplitud y profundidad de su saber y de su claridad, en este caso sobre la Edad Media y en particular la filosofía árabe y judía.
Iba a hablar de ello, pero fueron pasando las semanas, hasta que el otro día volví a acordarme de él por el propio Gregorio. He vuelto a lo que señalé y hoy solo voy a poner esto:
En Francia, el profesorado y el gremio estudiantil saltan mil ochocientos años en la historia del pensamiento, desde Platón (Aristóteles, como inspirador de la escolástica, y Plotino, como «místico» están bajo sospecha) a Descartes (24).
Los franceses podrían mirar los altramuces de España para consolarse.

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Hace unos meses estuvo por España. De entonces copio estas dos cosas, una frase :
Hay en Cordoba un Cristo de los faroles. De alli viene la luz mas que de [Leo] Strauss...
y una entrevista (en mi humilde opinión, la periodista no puede reaccionar de manera más estúpida a lo que va oyendo, pero al menos le deja hablar):

lunes, 17 de febrero de 2014

Un selfie axeitado

Me vi el otro día en el espejo y me di -¿quizá la barba encanecida?- un aire a Karl Marx. Esto va a peor: antes me reconocía o en el Solitario o en Mayor Oreja.

Así que me voy a hacer un selfie con el que verme axeitadamente:
Ayer, en el sillón, leyendo primero a Remi Brague sobre si filosofía en el medievo y luego fascinado en el grandioso libro sobre Giovanni Bellini de Rona Goffen, mientras escuchaba con deleite infinito el programa de Diego J. Manrique sobre música de madera.
-¿Y por qué suena a falso, cuando son libros y música grandiosos?
-Bueno, es un selfie, ¿no?