Del libro de Rémi Brague no voy a decir más, porque o lo resumo o lo fusilo y ya estáis vosotros para leerlo. Solo quería decir que el último capítulo es impresionante. Hace un repaso de las prescripciones de Dios en el Pentateuco:
-las 613 prescripciones de la Torah (que separan al israelita del gentil).
-el decálogo (que separa al hombre libre del esclavo).
-los siete mandamientos más o menos codificados que separan al hombre de los animales (relación abierta a la trascendencia, prohibición del incesto, normas sobre comida, prohibición de la blasfemia, respeto de la vida, de la libertad y de la legalidad).
-la orden de crecer y multiplicarse, que separa a los seres vivos de los inanimados.
-el primero es un cuasimandamiento, expresado en hebreo en modo yusivo, no imperativo, porque (dice Brague, yo no sé hebreo) no hay nadie que pueda recibir la orden. Para eso está ese modo en hebreo. Es esto: «Sea», el único caso además en la Sagrada Escritura donde es usado de modo absoluto. Y es porque es la luz a quien se manda ser, quizá (supone Brague) porque «tal vez debemos ver en ella una manera prefilosófica de expresar la analogía entre la luz y el Ser» (175).
Más adelante añade que esa moral no está en imperativo, como la de Kant, ni en optativo, como la griega (dice que es una frase muy hermosa de Victor Brochard esa del optativo, y sí que lo es), sino en indicativo. El paralelo que pone es la moral del gentleman: «Un caballero no hace trampas a las cartas». Se trata de una descripción. «El imperativo, si aparece, está al servicio del indicativo (175).
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«Dios no nos pide nada, pero espera de nosotros que produzcamos los efectos espontáneos, «naturales» de aquello que somos» (176).
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