Ejecutoria. Una hidalguía del espíritu, un ensayo de Enrique García-Máiquez, es, para empezar, un libro muy bien editado, con una portada excelente. Da gusto cogerlo: las pastas, la holgura de los márgenes, el cuidado de la tipografía.
La extrañeza que nos produce el término ejecutoria es señal de que hace falta circularlo más; según el Diccionario de la RAE es "Título o diploma en que consta legalmente la nobleza o hidalguía de una persona o familia". En este libro se nos convoca a obtener nuestra propia ejecutoria, a ingresar en la hidalguía del espíritu, que es de entrada libre.
La tesis es sencillamente esa y solamente nos hace falta dejarnos mecer por la argumentación del autor, porque pronto nos convence de que sí, que es lo mejor ordenar la vida a esta hidalguía del espíritu. Para ello acude a varios recursos. En la primera parte, comenta en detalle tres versos de Dante, estos:
No olvidéis vuestra estirpe y nacimiento:
para vivir cual bestias no se os hizo,
sino para alcanzar virtud y conocimiento (Infierno 26, 118-120).
En la segunda se fija en doce obras literarias donde se ve reflejado ese espíritu, y en la tercera y última redondea la argumentación, porque la tesis, aunque sencilla, está asediada de malentendidos: el autor no niega ni la realidad ni el valor de la nobleza hereditaria (a los nobles de cuna les pone difíciles deberes para que estén a la altura de sus títulos), pero a los que no tenemos ejecutoria nobiliaria ni hidalga de sangre, nos convoca a la hidalguía del espíritu, también muy exigente, donde no amenaza por ninguna parte la envidia, porque de lo que se trata es de seguir cada uno por sí mismo ese ideal, que es el caballeresco, de entrega a los demás y de ser así el mejor posible que uno pueda ser, una persona verdaderamente noble, un hidalgo, aun sin derecho de entrada ni en la Diputación de la Grandeza ni en la Real Asociación de Hidalgos de España (me acabo de enterar de que existe).
Yo no sé cómo llamar más la atención de lo candente que me parece el tema y de la tan urgente necesidad de animar a vivir estas virtudes: "la magnanimidad, la lealtad, el coraje, el humor, la sinceridad, el entusiasmo (...) el agradecimiento" (347). para quien quiere alcanzar esa nobleza.
El autor quiere enlazar con una preocupación muy candente hace un siglo, cuando tanto se hablaba de masas y élites, donde destacaron personas modélicas como Juan Ramón Jiménez o Eugenio d'Ors, que se centraron en señalar cómo la parcela que cada uno cultiva es donde esa nobleza se cultiva. Después de la Segunda Guerra Mundial pareciera como que se nos empujase a todos a una medianía basada en la envidia, a una igualación por debajo a la que nos arrastrasen el ambiente general, los medios de comunicación, la presión de un espíritu de medianía que animaría a una vida volcada en el ocio, la distracción, el egoísmo, todo calculado con el rasero del dinero. Nos empujarían al olvido de los ideales bajo la presión de un materialismo rencoroso, tanto de izquierdas como de derechas.
A mí me gusta mucho en este libro lo central que es la figura de don Quijote, que aparece continuamente, como no puede ser de otra forma. Es un libro muy de lecturas, sobre todo en su parte central. La que hace de Retorno a Brideshead es una maravilla, ayudándonos ahí a asomarnos al otro lado de esa hidalguía del espíritu: la nobleza buscada en la vida, la hidalguía del que se da, es una ejercicio de desprendimiento, de pobreza, de despojarse de las cosas de este mundo, que no es el permanente: la hidalguía es el para aquí, pero sabiendo que no se termina en sí misma. Pero para-el-para-aquí, qué ideal tan bueno es el de la hidalguía de espíritu, con su ejecutoria hecha en la propia vida bien vivida.
Qué buena —en los dos sentidos— lectura. Esto justifica escribir.
ResponderEliminarExcelente reseña. Como cantaban acerca de un paisano suyo, "A todos alcanza honra por el que en buena hora nació". ¿Está esta obra entre las comentadas?
ResponderEliminar(¡Ay!, leo un "Bernardo de Claraval" en la descripción... una afrenta a la honra, nunca mejor dicho.)
Pues no lo recuerdo claramente, pero creo que sí que aparece. Yo, por mi parte, saldría en defensa de san Bernardo, poniéndome del lado de Léon Bloy, que vio su grandeza y también los peligros en que se puso.
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