He vuelto a leer Un puñado de polvo, novela de la que tenía un gran recuerdo (algo comenté aquí).
En esta segunda lectura tenía otro trasfondo de base: sobre todo en la primera parte me acordé continuamente de Fiesta entre las bombas, las memorias de Elias Canetti de su etapa en Londres, donde hace una crítica despiada del carácter de la clase alta inglesa, entre fiestas continuas y una frialdad escalofriante en su interior: es como el nihilismo de fiesta en fiesta. Eso que describió Canetti es lo que ya mostraba unos años antes esta novela de un modo brillante, a través de diálogos muy ajustados, con paisajes dibujados con finura, una narración muy estilizada y muy eficaz.
Los personajes de esta novela tienen una educación exquisita, un modo de vida que fluye sin sobresaltos en un ideal de alta burguesía, con un ritmo vital que funciona con suavidad si nada raro pasa, en la mansión campestre. Nada es emocionante ni excitante, hay un trasfondo conservador y un modo de vida cómodo. Pero hay una cosita con la que no cuentan: la muerte.
La segunda parte de la novela la leí con el recuerdo cercano de Noventa y dos días, el libro del viaje que hizo a Guayana, que es de donde toma lugares y paisajes y un personaje decisivo. El trasfondo vital más inmediato, porque es una novela muy autobiográfica, lo comenté aquí, pero toda la novela es una trasposición en cierta medida de la situación vital del Waugh de entonces: como huyendo de su matrimonio roto al extranjero, en busca de no se sabe qué.
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