miércoles, 3 de julio de 2019

El hombre que leía a Dickens en Guayana

Ya hablé aquí del final de Un puñado de polvo, la gran novela de Waugh, uno de los más tremendos de la historia. Ahora puedo contar la relación que tiene con los intentos de Waugh de que le hiciera caso por esos años la católica Teresa Jungman, a la que llamaban Baby. No tuvo éxito, quizá porque él estaba en esa situación irregular de casado pero divorciado; todo esto recién convertido al catolicismo.
Con ella fue a Misa en Londres, a la iglesia de Spanish Place (la de la colonia española, dedicada a Santiago) antes de marchar a Guayana de viaje. Es entonces cuando ella le regaló, según cuenta Eade en su biografía, una medalla de san Cristóbal para que se la pusiera. En concreto de oro, de Cartier, muy cara, que Teresa pagó de su propio dinero. Esto se lo cuenta Waugh a Diana Cooper en una carta y termina con esta frase: «Profundamente conmovido» («saved out of her pocket money. Deeply moved» Carta 2.12.32 en Eade, p. 169).
Desde Guayana le escribe a Baby: «Tu san Cristóbal me conforta y me da la sensación de no estar del todo solo. Piensa en mí alguna vez» (2.12.32, p. 171). Pues resulta que se quedó aislado en medio de Guayana, en un lugar llamado Boa Vista, del que tuvo grandes problemas para salir. Lo intenta vía Manaos, pero al final volvió a Georgetown a caballo. Al final le escribe a Baby: «salvado por la milagrosa intercesión de san Cristóbal» (1.03.33, p. 176).

De aquí surgió el cuento The man who liked Dickens y el final de A handful of dust: lo que hubiera sido de él si no hubiera tenido la medalla de san Cristóbal que le regaló, a costa de sacrificios, su amiga Baby Jungman. 

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