A la espera de las nuevas exposiciones, cierro un tema que había quedado en el aire.
A finales de septiembre comentaba una visita al CGAC, de la que salí con una queja-reclamación sobre los problemas de distinguir lo que se podía o no tocar en una de las exposiciones.
A los pocos días me llegó una carta de Manuel Olveira, director del Museo, para gran sorpresa mía y cierto remordimiento, por hacerle perder el tiempo con mis quejas.
En la carta me señalaba que había indicaciones -yo no las vi- sobre cómo se podía (o no) usar o llevarse el material. Bien, asunto zanjado y mi agradecimiento por el detalle de la carta. La próxima vez me cuidaré más de escribir quejas, que en realidad son consideraciones sobre teoría del arte, a un Museo al que voy siempre con interés, aunque con sucesivas decepciones, pero no es problema del Museo, sino del arte contemporáneo e incluso de la realidad cultural en su conjunto.
La última visita fue este viernes. Había una proyección de vídeos y vi que uno era de Bill Viola y que lo ponían al principio.
Entré a la vez que una chica cuando faltaban dos minutos: éramos dos en la sala. Menos mal que luego apareció más gente; cuando me fui, serían unos quince, o eso es lo que le estaba diciendo una mujer a una de las chicas del Museo. Ambas lo consideraron como un buen número, aunque no veo indicio mejor de la valoración del arte contemporáneo que ese.
El primer vídeo, de Chris Burden, era de 1971, muy cutre: un tío le está disparando a otro con lo que parecía una pistola de balines y le acierta en un brazo: tal cual. Pura realidad. El otro se queja y acaba el vídeo.
Segundo (My father, 1973-1975): Una japonesa (Shigeko Kubota) llora ante una televisión. Al poco nos enteramos de que cuando murió su padre una amiga le dijo que hiciera un vídeo -lo va contando en plan cartelones del cine mudo, pero con letras tipo Zx Spectrum- y eso es lo que hizo. Vamos viendo a su padre en la cama, mientras ve el típico programa cutre de fin de año y luego a ella llorando delante del mismo programa, pero sabiendo que su padre ya ha muerto. También la calidad de la imagen era pésima, pero el vídeo no dejaba de tener fuerza, aunque había algo obsceno en todo ello.
Tercero: Vicente Blanco (2002). Valor galego emergente. Dibujos tipo manga / anime o como se llame, o quizá baste decir 'línea clara', tipo Tintín: en uno un tío en el interior de una casa / en el otro un tío muerto en la nieve. Lo único que lo convertía en vídeo es que los dibujos se alternaban y en uno de ellos (el de fuera) había copos que caían y acababan cubriendo al muerto; en el otro había lo que correspondería a 'planos cortos' de la habitación. Ahí se acababa todo: que cada uno construya su historia. Veo ahora en el programa que se titula 'Paisaje nevado': muy propio.
Cuarto: Bill Viola (1989):
Angel's Gate. Son escenas que se van sucediendo: una res descuartizada, un parto, el propio Bill en la cama viendo la tele, un edificio derrumbándose. Me alegró ver una de alguien bajo el agua. Aunque he pasado de un
entusiasmo inicial a una
visión mucho más crítica, me sigue pareciendo de lo más interesante que hay actualmente.
Y con esto cumplí con mis deberes trimestrales con la realidad contemporánea en media hora.