El artículo de hoy de Arcadi Espada en El Mundo. Impresionante su crítica a ese tópico de 'mi lengua= mi mundo'. Un párrafo (pero leed el artículo entero):
Descontada la estupidez, la lengua es lo más fungible e irrelevante del discurso literario. Los niños están dando siempre la murga con la imposibilidad de la traducción fiel, con esa grieta de sentido que el traductor lleva de por vida como una herida luminosa. Pero, obviamente, la supuesta grieta está asociada siempre (excepto en cimas líricas tipo setze jutges d'un jutjat mengen fetge d'un penjat) con fenómenos que no son intrínsecamente lingüísticos. Las dificultades de traducir el verde lorquiano nada tienen que ver con las insuficiencias del green, sino más bien con la dificultad de traducir la Guardia Civil. Pero los niños (y luego más, cuando se hacen consejeros) disfrutan con la superstición de que el uso de una determinada lengua imprime determinado sentido y carácter al relato. Algunos escritores, por no decir la mayoría, se muestran de acuerdo con la herida luminosa: confían que la lengua les confiera el sentido que falta a sus narraciones y conocen también las ventajas comerciales (no hablo sólo de las subvenciones) de la twilight zone. En realidad, son unos paradójicos vividores de lo inefable, y por eso se parecen tanto a los políticos nacionalistas.
Hablando de nacionalismos, muy interesante crítica de Desorde a la normalización del gallego.
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Más. Artículo de Andrés Trapiello en El País sobre los Diarios de Zenobia Camprubí (tengo que leerlos).
Otro párrafo (pero también hay que leerse el artículo entero):
Habría podido vivir sola de sus pequeñas rentas, jamás renunció a su "habitación propia" y si lo hubiese buscado, hubiera eludido el calvario que en estos libros nos describe, y todos le habrían dado la razón. Sólo que se enamoró hasta el tuétano de ese hombre, descubrió su valía como poeta y su superioridad no sólo respecto de ella sino de la inmensa mayoría de sus contemporáneos y comprendió que su propia cristalización como mujer y como persona pasaba por hacer posible en la medida de sus fuerzas una obra que implicaba un modo de vida radicalmente diferente al de todo el mundo, antes de revertir a todo el mundo. Y es opinión compartida por muchos que sin la inteligencia y el arte de Zenobia la obra de su marido no hubiera podido llevarse a cabo, al menos tal como la conocemos. Claro que el hombre del que estuvo enamorada tan extremosamente hasta su muerte, también y no en menor medida lo estuvo de ella hasta la suya propia, pero eso no significaba nada, porque ¿dónde está escrito que el amor, incluso el correspondido, garantice la felicidad?
En él, aquella frase de Juan Ramón, que ha citado otras veces A. T. y que me ronda desde entonces:
Pero ¿en qué consistía la enfermedad "del pobre J. R."? Z. nos lo dice: "En crear conflictos sin otro objeto ulterior"; y describe los síntomas: "Egoísmo indignante", "infantil", "monstruoso", "gritos espeluznantes", "la negativa perpetua", "letanías lamentables", "demasiado ocupado siempre o dormido, y cuando no, en un monólogo interminable que no admite preguntas", y, claro, las manías que "han espantado a todo el mundo" y que tienen martirizada a su mujer, que no logra que el hombre que siempre se presentaba en público esmeradamente vestido, ni siquiera se interese por su aseo. Quizá sea de entonces aquel aforismo que nos parecía gracioso y que sólo ahora, tras leer a Z., alcanzamos a comprender con angustia: "A todo se llega. He aprendido a ser sucio, y me parece bien".
No os perdáis tampoco el articulito de debajo. En él, esta dedicatoria que Juan Ramón puso en sus Obras Completas al recuerdo de su mujer:
A Zenobia de mi alma, que la adoró como la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz.
Gracias por esta pista. El artículo de Trapiello es una magnífica invitación a la lectura de los diarios de la admirable Zenobia.
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