martes, 7 de octubre de 2025

Los castillos en el aire

25 años después, he empezado a releer la biografía en tres volúmenes sobre el Fundador del Opus Dei, de Andrés Vázquez de Prada. En el primero hay muchos textos de los Apuntes íntimos de san Josemaría. Este me llamó la atención por lo grotesco de la descripción, muy realista por lo demás (que ahí le duele). No está fechado, pero debe de ser de los años 30:

Da pena ver cómo preparan los altares y presbiterios, para la celebración de las fiestas. Hoy, en un colegio rico, estaba el retablo lleno de floripondios ridículos, colocados sobre unas graderías de tabla de cajón a medio pintar. El Sagrario habitualmente está de tal modo dispuesto, que es preciso siempre al sacerdote, aunque sea de buena estatura, subirse a un banquillo para abrir, cerrar y tomar al Señor. Las sacras, en equilibrio inestable... Y los sacerdotes, en equilibrio inestable también, porque han de hacer verdaderas piruetas de charleston para no dar con la cabeza en una lámpara de latón dorado feísima, que pende muy baja sobre el presbiterio, o para no dar de narices en el suelo, tropezando con los pliegues y repliegues de la alfombra, adaptada a las gradas del altar, probablemente al ser desechada, por vieja, del salón de alguna de esas beatas, más pintadas que un loro, que vienen ya de mañana hechas un cuadro a recibir en su sepulcro, blanqueado y con churretes de carmín, al Señor de la sencillez, Jesús. ¡Los cánticos!... son tales que se puede hablar de haber asistido a una misa, no cantada.... ibailable!

Y menos mal, si, detrás del retablo, además de una escalera de mala madera sin pintar, por donde a diario pasa Cristo en manos del sacerdote para quedar en Exposición, menos mal si no hay también un montón de cachivaches llenos de polvo, que hacen del lugar santo la trastera del rastro madrileño. Todo esto lo he visto (Apuntes, nn. 458-459).

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