Este es un libro que había pensado leer hace ya bastante tiempo y que fui dejando esperar no sé por qué, quizá mi miedo de los últimos años a aventurarme en la ficción. En mi ganado amor a la novela, me he lanzado a leer Gilead ahora.
Me ha resultado interesante. He hecho continuamente una comparación, no sé si injusta, con Flannery O'Connor: son ambas escritoras cristianas que tratan en su obra sobre protestantes, ese es el punto en común. Lo más distintivo, me parece, es la sacramentalidad de la católica Flannery O'Connor frente al protestantismo estricto de Robinson. Dicho de otro modo, en O'Connor hay una visión de fondo que acaba mostrando los sacramentos en personajes que anhelan algo que no conocen (por ejemplo el Bautismo el niño de El río o la Eucaristía el protagonista de Los violentos lo arrebatan). En cambio, en Gilead todo se queda en sus confines, muy interesantes, pero desde mi punto de vista (católico, que no sé si es injusto en lo literario), muy limitados. Vale el mismo ejemplo del Bautismo, que en Gilead es descrito simplemente como una vía de conexión entre dos personas; no se niega lo trascendente, ni mucho menos, pero no hay nada de la hondura del Bautismo como sí se entrevé, por las vías de la ficción, en O'Connor. Lo mismo pasa con el matrimonio o el perdón. En Gilead hay mucho trasfondo bíblico, curiosamente muy veterotestamentario, y todo en unas coordenadas vitales e históricas que no resultan problemáticas desde un punto de vista de la corrección política o del "buen sentido": Iowa, Kansas, Missouri, abolicionismo, estar en una posición como central en la vida política y religiosa (el abuelo se sale de ese esquema y se acerca a la radicalidad de los predicadores que saca O'Connor, pero es una excepción) y una posición religiosa que no causa demasiados problemas a nadie.
Dicho todo esto, me ha gustado leerlo en estos días, con tranquilidad, poco a poco. El protagonista va dejando unas memorias llenas de sensibilidad, de amor, de deseo de comprensión por los demás, sobre todo en relación con un personaje que actúa como polarizador, una especie de hijo pródigo que fuerza las costuras de su marco vital y religioso.
Como veis, me quedo sobrevolando el libro. Un comentario muy bueno y mucho más detallado lo tenéis en Bienvenidos a la fiesta.

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