Me gustaría poner muchas cosas del libro de cartas del matrimonio requeté. Esto es el inicio de una escrita por ella, del 29 de agosto de 1936, casi un mes y medio después de que Mateo Arbeloa se hubiera ido de voluntario a la guerra:
Mi esposo queridísimo: no sé por dónde empezar; es tanto el gozo de mi alma al ponerme a escribirte, que se me agolpan pensando en ti las palabras y al corazón la ternura y el amor más grandes. De modo que, conforme a mi amor, me repito tanto constantemente, que me veo negra para que vaya mi pluma escribiendo algo presente. (...)
Y antes de hablar de otra cosa, voy a desahogar mi corazón diciéndote, Mateíco, que cada vez se va acrecentando más mi amor con esta larga ausencia, y que hasta ahora que faltas no pensaba que tanto te quería, que como dices en tu carta no hay amor que con el nuestro se pueda comparar. Dices que ni Dios puede, claro que no, pues no puede querer que dejemos de querernos. ¿Cómo sí Él fue quién unió y fundió nuestras vidas en una, y nos dio como precioso regalo a nuestro Manolín? Y, además, como nuestro cariño no es terreno, ¿verdad Mateo? Es algo que traspasa los umbrales de éste mísero destierro, y tiende a durar por toda la eternidad. Esto es lo que me consuela, esposo mío, que, si Dios nos pide el sacrificio de separarnos aquí, nos espere allí (91).
El lenguaje tiene posos de lecturas que podrían darle un tono sentimental de más, pero a mí me impresiona la hondura de lo que dice y la fuerza con que lo que le dice.

No hay comentarios:
Publicar un comentario