Se anunció hace poco la publicación de la última novela protagonizada por Frank Bascombe, Sé mía, y como yo en tiempos admiraba a Richard Ford y me gustó mucho Acción de gracias y un poco menos El periodista deportivo y El día de la independencia, miré a ver si había alguna que me hubiese dejado por el medio. Resultó que sí, una de título pésimo: Francamente, Frank (en inglés es mejor, Let me be frank with you).
Ahora, en cambio, he leído alguna entrevista reciente y me pareció penosa, como mínimo.
Lo increíble es que a pesar de eso me haya puesto a leer esta novela, por suerte breve, poco más de doscientas páginas. Salgo de ella con esa sensación de haber quizá perdido el tiempo, aunque es ilustrativa, en este caso de alguien, sospechosamente muy parecido a Richard Ford, que quiere mostrarnos lo que es vivir en las últimas etapas de la vida sin el más mínimo horizonte vital, solamente el de seguir viviendo: la gente hace lo que puede y el protagonista, también, mientras va rompiendo los posibles lazos que le puedan surgir, con su exmujer (a la que todavía, sin embargo, hace favores), con un antiguo cliente, con un amigo lejano, ahora moribundo. En el horizonte no hay nada, Las personas o están a favor de Obama o de Romney, así es la dualidad humana que presenta Ford. Los de Romney pueden estar en contra del aborto y aprobar el uso de armas para los bebés (lo dice así, no me invento nada); los otros, pues no se sabe: componer el gesto para mostrar una suerte de modelo humano lleno de tachas: hay una conversación del protagonista con una negra en la que todo está lastrado por la conciencia de él de su racismo de fondo, inexcusable. Su exmujer representa la paranoia de los jubilados, en una especie de asilo de gran lujo, interesante sociológicamente, un lugar de terror a la muerte disfrazado de resort de lujo.
Casi solamente le redime, a él y a su exmujer, el dolor por la muerte hace ya muchos años de un hijo suyo: ese es el único elemento que parece como romper la conformidad del protagonista/autor con una realidad que ha reducido a la altura de su pequeñez moral.
Ahora tengo, la verdad, pocas ganas de leer Sé mía. Quizá hasta caiga, por el morbo del love to hate.
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