El martes me fui en tren a Madrid, con un transbordo en Orense.
Solemnemente declaro aquí la estación de Chamartín como la más vomitiva de toda España. Está en obras, espero que sea por eso. El metro lo encontré de milagro, como si fuera una búsqueda del tesoro.
Me dio tiempo a visitar el Thyssen, poco más de una hora, la parte de pintura más antigua, ya lo contaré a la vuelta de Semana Santa. En un minuto entré y salí de la exposición de Isabel Quintanilla, donde comprobé que no, que su profundo dominio del dibujo no me basta, que no es lo que busco yo en la pintura lo que ella, con tantísimo esfuerzo, hizo.
Iba a Madrid a dar una conferencia en un Seminario de filosofía y pensamiento, organizado por Gregorio Luri, Después de la orgía. Me tocaba empezar el ciclo y eso me llenaba de responsabilidad y preocupación. Hablé de un mito no muy conocido, un mito de excesos, en concreto en relación con la comida; el de Erisictón, que con su hambre abrasadora acabó devorando el ganado de su padre, la vaca que reservaba su madre a Hestia, las mulas y hasta el gato, según Calímaco. En la versión de Ovidio, tan macabra, acabó devorándose a sí mismo.
El público del Seminario era una gente estupenda. Al final hubo preguntas interesantes. Nos fuimos a cenar y qué agradablemente se estaba junto a las costas de la Castellana.
Yo, que la padezco a diario, también espero que sea por las obras.
ResponderEliminarSiento que no hayamos podido coincidir en esta visita tuya. A mí de Quintanilla sí me gustaron mucho algunas obras, pero es verdad que me resulta más fácil admirar en el arte la maestría técnica que el "sentimiento". Aunque si se aúnan ambas, como en Velázquez o Gregorio F/Hernández, pues miel sobre hojuelas.
Vaya, te compadezco por Chamartín. Mi visita fue un relámpago: tuve una hora el martes por la tarde y me fui a mediodía del día siguiente.
Eliminar