En Ejercitación del cristianismo, Kierkegaard dedica un tercio del libro a comentar "Y si yo fuere levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn. 12, 32) y qué comentario hace, explicando que Cristo está en majestad y también en la humillación: abajado como hombre, ahora en la Gloria del Padre, quiere imitadores, no admiradores. No quiere "prosélitos de una doctrina, sino imitadores de una vida":
Cristo vino al mundo con el propósito de redimir al mundo y además con el propósito -este propósito está contenido implícitamente en el primero- de ser el «ejemplo», de dejar una huella para quien se decidiera por Él, el cual habría de ser un «imitador», como corresponde indudablemente al hecho de seguir una huella. Cabalmente por eso consintió nacer en la pequeñez, y vivió en ella pobre, abandonado, despreciado, humillado - sí, ningún hombre ha vivido tan humillado como Él; incluso el más insignificante de los hombres si comparase la situación de su vida con la de Él, tendría que concluir que a pesar de todo su vida comparada con la situación de la vida de Cristo era mucho más preferible. ¿A qué viene, pues, esta pequeñez y esta humillación? Porque Aquel que en verdad ha de ser «el modelo» y solamente busca imitadores, tiene que estar en un sentido detrás de los hombres, empujándolos hacia adelante, mientras en otro sentido está delante haciéndoles señas. Ésta es la relación de la majestad y de la pequeñez en «el modelo». La majestad no debe ser la majestad directa, la mundana, la terrenal, sino la espiritual y por ello cabalmente la negación de la elevación mundana y terrenal. La pequeñez, por el contrario, ha de ser la pequeñez directa; pues la pequeñez directa, cuando se ha de pasar a través de la misma, es cabalmente el camino, y por otra parte para el sentido mundanal y terreno es el rodeo que garantiza el que la majestad no se tome en vano. De este modo «el modelo» está situado infinitamente cerca, en la pequeñez y humillación, y con todo infinitamente lejos, en la majestad, sí, tan alejado que lo está más que si simplemente estuviese lejos en la majestad; pues para alcanzarlo, para determinarse a asemejarlo, hay que pasar a través de la pequeñez y la humillación, y puesto que no hay otro camino, éste se hace todavía más largo que si se tratase propiamente de la infinita lejanía. Y de este modo «el modelo» está en un sentido situado atrás, hundido profundamente en la pequeñez y la humillación como ningún otro hombre lo ha estado jamás, y en otro sentido está delante, infinitamente elevado. Pero «el modelo» tiene que quedar atrás para poder ser alcanzado y captado por todos; si se diese un único hombre que pudiese regatear y zambullirse más por debajo, manifestando que en la pequeñez y humillación había estado instalado todavía más abajo, entonces el modelo dejaría de ser «el modelo», no sería más que un modelo imperfecto, es decir, solamente modelo para una gran multitud de hombres. El modelo ha de estar absolutamente detrás, detrás de todos, y debe estar detrás para empujar a los que han de ser conformados con Él hacia adelante. (234-235)
El modelo es de aúpa. No extraña que tantos lo hayan dado por imposible y hayan reducido las obligaciones a la pura admiración (fe). Tremendo.
ResponderEliminarPero es muy interesante que habla del Cristo de la gloria y del Cristo humanado, humillado. Buena parte del texto lo dedica, por otro lado a hablar de que los que se denominan "cristianos" en la "Iglesia Establecida" danesa, pero que él considera en un grupo de, justamente como dices, "admiradores". De ahí saca unas consecuencias muy interesantes sobre la religión desviada a algo externo, de decir "qué bien el cristianismo por tal o cual cosa histórica, social o moral".
EliminarPor suerte, Cristo no solamente es un modelo, está junto a cada uno no solamente por la cercanía en el abajamiento, sino por la gracia con la que nos va uniendo -por medio de los sacramentos- a Él, haciéndonos uno con Él: eso sí que es un misterio.