jueves, 21 de abril de 2022

Jeanne (née Molbach) Bloy

Llevaba mucho tiempo con la idea de leer las Cartas a mi novia de Léon Bloy. Yo conocía, de los Diarios, el amor que él tenía por su mujer, la danesa Jeanne Molbach y lo unidos que estuvieron, en medio de dificultades y pobreza tremendas.

Sabía que ella estuvo a su lado siempre, en el sufrimiento. En esta cartas él se abre ante ella completamente, con una sinceridad admirable, explicándole con quién se va a casar:
(...) la mujer que ame a un réprobo como yo no debe esperar ser tratada con miramientos. Tu severa educación y los medios hipócritas e impíos en los que has vivido han habituado a tu espíritu a dar, por ejemplo, a la idea relativa de reputación una importancia excesiva que, en realidad, no tiene. Yo vivo en el Absoluto y en el Amor. Hay que ser muy generosa y muy fuerte para seguirme (123).
Él le escribe de sus sufrimientos, esos que salen en los Diarios, pero aquí de modo más lacerante, en estas cartas dirigidas solamente a ella. Un escritor con una vocación firme, siempre en la pobreza, siempre pidiendo dinero, que se ha enamorado de una mujer extraordinaria
Tus cartas son tan enternecedoras y tan bellas que me siento inferior y avergonzado cuando las leo y comparo mi alma y la tuya. Veo entonces distintamente la pobreza de mi corazón y la asombrosa miseria moral de mi vida. Soy flojo ante el sufrimiento, me quejo incesantemente, soy perezoso, ávido de alegrías interiores y mi actual existencia es bastante inútil. Es verdad que he sido siempre tratado de una forma muy dura, pero olvido demasiado fácilmente que antaño quise que fuera así, olvido que lo pedí con un ardor infinito y cuando me rebelo pierdo el mérito de mi sacrificio. (...) Veo, sé de una manera absoluta que no valgo nada, que las cosas por las que se me estima no son mías. Cuando miro frente a frente tu vida y la mía, tu vida tan pura, tan generosa, tan animosa, y la mía tan floja, tan mancillada, tan profundamente inútil, me siento aplastado de confusión y tengo miedo, al fin, de ser justamente despreciado por ti (...) (155)
Sabemos que la situación no cambió cuando se casaron, siguió igual de mal Bloy, pero ahora con una mujer que lo amaba y lo comprendía de verdad. Ella sabía todo de él cuando se casó con él: 
Mi razón, siempre intacta y siempre iluminada por la fe, no ha vacilado un solo instante, pero ¡ay, mi corazón! ¡Mi pobre corazón! ¿Quién podría creer que el mismo hombre que ve tan claramente la gloria de Dios, que dice cosas capaces de levantar el ánimo de sus hermanos desesperados y que no sabría hablar de la Trinidad santa sin llorar de amor, -quién podría suponer que ese mismo hombre es abandonado cada día a las más violentas tentaciones y que no domina su corazón ni un solo instante? (177).
Pasaron por el tremendo sufrimiento de que se les murieran dos hijos. Aquí, una foto con las dos hijas:
 
Aquí tenéis el prólogo escrito por ella, un retrato admirable de la grandeza de esta mujer heroica.

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