En el relato del viaje de Newman me hizo mucha ilusión notar que la primera imagen que él tuvo de un lugar distinto de Inglaterra en el mundo fuese justo el cabo Ortegal. Es una carta a su madre (11 de diciembre de 1832):
Estamos a la altura del cabo Finisterre, pero aún no ha salido la luna y no la vemos, aunque, ahora mismo, sí algunas luces sueltas de casas de labor en la costa, que puede estar a unas 15 millas. Esta mañana temprano vimos las altas montañas de España (la primera tierra extranjera que he visto) y hemos completado con todo éxito nuestro paso por el impresionante Golfo de Vizcaya. La primera tierra a la vista fue el cabo Ortegal y sus alrededores, un perfil magnífico, y, a medida que nos acercábamos, destacaban tres filas de montes y, en algunos lugares, los había con grandes cortados que casi planeaban sobre el mar. (...) El día aclaró, todas las nubes desaparecieron y el mar, que hasta el momento había sido bueno, se puso de un color índigo profundo y, al soplar un refrescante viento, se coronó con los más impresionantes ángulos blancos, que, al romperse en espuma, se volvían fugaces arcoíris. Las gaviotas, a sus anchas, revolaban alrededor y el barco cabeceaba arriba y abajo con un movimiento que podía haber sido desagradable en el golfo o con el viento de suroeste, pero que era delicioso porque venía de la costa. No puedo darte una idea del exquisito color del mar que, no siendo en absoluto raro o nuevo, es, no obstante, del todo diferente a lo que he visto nunca (a lo mejor digo bobadas). Yo lo llamaría un color «de caballeros»; esto es, tan suave, tan sin aparato alguno, tan sobrio. Y al tiempo tan profundo y solemne, tan incomparablemente fuerte, si es que a un color se le puede llamar eso; y el contraste entre el blanco y el índigo tan sorprendente; y en la estela del barco se cambiaba en todos los colores, verde transparente, blanco, blanco verdoso, etc. Cuando cayó la tarde, nos dio la impresión de encontrarnos en una latitud más cálida. El mar se abrillantó y tomó un tono morado resplandeciente tirando a lila; el sol se puso en un carro de oro; y en seguida, primero un cielo primero naranja pálido, y que luego, poco a poco, subía a rojo polvoriento mientras salía Venus como estrella de la tarde con su peculiar palidez intensa. Ahora tenemos una brillante luz de estrellas. Pasamos Coruña por la tarde, pero demasiado lejos, sólo vimos las montañas de encima (129-30).La traducción, ya dije, excelente, de Víctor García Ruiz.
Newman navegando frente a San Andrés de Teixido.
ResponderEliminarNewman extasiado ante un mar color de caballeros, el océano de los caballos salvajes da serra da Capelada.
Será imposible no pensar en ello, la próxima vez que visite mis acantilados.
Muchas gracias por este bello texto, Ángel.
Sí, bello texto.
ResponderEliminarGracias!