De la Autobiografía de Koestler lo que más me tocó fue su descripción de las Fraternidades en la Universidad de Viena en los años 20. Él pertenecía a una judía y se dedicaban a batirse en duelo con los que luego serían los nazis, duelos a espadas que dejaban sobre todo cicatrices monstruosas en la cara y de las que se enorgullecían mucho.
Esas hermandades (Burschenschaften) organizaban reuniones formales de confraternización, con un ritual lleno de palabras latinas (o pseudolatinas, aquí lo explican), un praeses (el que presidía) y un programa ordenado que contenía discursos y alta consumición de cerveza (se valoraba especialmente la resistencia a los efectos del alcohol).
Cuando, nada más acabar la carrera, estuve unos meses en Alemania, alguien me llevó a una Kneipe. Era una hermandad católica con todas las letras (hasta creo que hubo alguna oración al principio), pero sí que bebimos bastante cerveza, por lo menos para mi pudoroso y muy restrictivo sentido de la ingesta de alcohol. No recuerdo que nadie acabara borracho, pero sí que me acuerdo de que nunca había estado más mareado y más eufórico, hablando a voces en lo que me imagino que no se puede calificar de lengua alemana. Me enteré de la mitad de la mitad de lo que se dijo, cantó y recitó, pero la experiencia fue de euforia. Luego se lo conté a un estudiante de doctorado y se quedó horrorizado de que hubiera estado allí. Me imagino que pesaba todavía esa idea de conciliábulo de peleas con espadas y una idea difusa de relación con grupúsculos de derechas.
Es lo más cerca que he estado de la institución griega del symposion (συμπόσιον), por suerte en una versión católica rebajada y moderada: no hay que pasarse ni caer en arqueologismos.
Esas hermandades (Burschenschaften) organizaban reuniones formales de confraternización, con un ritual lleno de palabras latinas (o pseudolatinas, aquí lo explican), un praeses (el que presidía) y un programa ordenado que contenía discursos y alta consumición de cerveza (se valoraba especialmente la resistencia a los efectos del alcohol).
Cuando, nada más acabar la carrera, estuve unos meses en Alemania, alguien me llevó a una Kneipe. Era una hermandad católica con todas las letras (hasta creo que hubo alguna oración al principio), pero sí que bebimos bastante cerveza, por lo menos para mi pudoroso y muy restrictivo sentido de la ingesta de alcohol. No recuerdo que nadie acabara borracho, pero sí que me acuerdo de que nunca había estado más mareado y más eufórico, hablando a voces en lo que me imagino que no se puede calificar de lengua alemana. Me enteré de la mitad de la mitad de lo que se dijo, cantó y recitó, pero la experiencia fue de euforia. Luego se lo conté a un estudiante de doctorado y se quedó horrorizado de que hubiera estado allí. Me imagino que pesaba todavía esa idea de conciliábulo de peleas con espadas y una idea difusa de relación con grupúsculos de derechas.
Es lo más cerca que he estado de la institución griega del symposion (συμπόσιον), por suerte en una versión católica rebajada y moderada: no hay que pasarse ni caer en arqueologismos.
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