miércoles, 24 de octubre de 2018

Historias de la Alcarama, de Abel Hernández 3 (y final)

Aunque hubo muchas cosas que me gustaron de Historias de la Alcarama, me quedé con una sensación de frustración. Fue como leer otra vez La tierra de Alvargonzález y en este caso en boca de alguien que vivió la vida en un pueblo soriano desde dentro, a diferencia de Machado, que conocía el campo por los periódicos.
Son llamativas sus críticas, por ejemplo a los campesinos porque "tenían odio a los árboles" (100). Lo que me sorprendió más fue una frase poco después: "Creo que lloré de niño cuando [alguien tiró un árbol]". La frase supone decir que ya desde la infancia tenía que amar los árboles y hasta allí retrotrae su odio a los supuestos odiadores de árboles.
Eso mismo se ve en su oposición frontal en épocas más recientes a que plantasen pinos en los campos, que considera nada menos que la causa de la despoblación de toda la zona. Yo no sé qué se le podría ocurrir para que la gente vuelva a vivir en los pueblos de Soria (o de toda la España desierta). A mí no se me ocurre nada, la verdad. Por eso, encontrarme elegías a la vida rural que a la vez son críticas a lo que la sustentaba, añorando un bucolismo más o menos pagano que nunca existió, es algo que me acaba sublevando.
Lo del paganismo lo digo porque, en la línea de Machado, considera a los campesinos como incapaces de nada que pase por encima de un egoísmo cerril: «Los campesinos, que no estaban para discusiones teológicas» (142). Todo esto porque según él (y según Galdós en El caballero encantado y según Machado) el de los labradores castellanos es un paganismo difícilmente tapado por un cristianismo o superficial o castrador, el de la (esa sí que es mítica) España negra. Y la puntilla fue encontrarme que sacó a colación nada menos que a la diosa Ceres, en otra muestra de ese eruditismo folklorista que me repatea (y que, por cierto, también está en Machado y Galdós).
No me gustó nada tampoco que cuente que en los años de franquismo acompañó a alguien a llevar un paquete a un preso de ETA. Pose de progre llamo yo a eso. Y especialmente odiosa.
Luego, mucho llorar por la vida rural y por la desaparición de una «cultura» y una «identidad». Poses, todo poses. Yo sí que estoy harto del mito de la aldea.

1 comentario:

  1. Hay una manera, creo yo, de imaginar qué se puede hacer para evitar, o incluso revertir (o intentarlo) la despoblación rural. ¿Qué ocurre en Francia, en Alemania, en Italia, en Inglaterra, con quienes viven de y en el campo? ¿Qué tienen que nosotros no tengamos, o qué hacen que nosotros no hacemos?

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