En una carta a Salvador Moreno, sobre una foto de Simone Weil que le había mandado, le dice:
(ya está clavada en mi cuarto de Cuernavaca, junto a Pastora [Imperio] y cerca de la crucecita que pintaste); la mirada es estupenda, claro, y desde luego no la encuentro nada fea (por lo menos como me habían dicho) aunque le da un aire a Carmela. Por cierto que empecé estos días una cosa sobre ella, o mejor, sobre alguna de sus iluminaciones geniales (222).En esta carta a Juan Gil-Albert dice algo seguramente discutible hasta el infinito, pero interesante:
Lo que te fascina, por lo visto, de Francia (...) es su posibilidad de reflexión, que los españoles, desde luego, no tenemos. Esa condición reflexiva, tan distante de nosotros, se te presenta con un prestigio y consistencia de pensamiento, como si fuera pensamiento, pero no es así. La reflexión es una cosa que se hace –siempre de manera un tanto forzada- y el pensamiento es una cosa que se vive –cuando se tiene-, sin necesidad de reflexionarlo, sino de sentirlo y vivirlo.Lo último que recojo me sirve para relacionar a Gaya con Bloy. Es una carta, que merecería citarse entera, a Fernando Rodríguez Miaja, al que pide ayuda económica para seguir pintando, aunque más que pedir lo que hace, con infinita elegancia y autoridad, es concederle la posibilidad de que le financie un año entero en Europa para dedicarlo a pintar En cualquier otro caso podríamos hablar de caradura, pero ni Bloy ni Gaya lo son cuando exigen de sus amigos dinero: es una oferta que estos no pueden rechazar, sabedores del regalo que supone. Ambos tienen una conciencia suprema de su vocación y del don que supone, por lo cual es lo más natural que los demás les ayuden:
Los franceses tienen, en efecto, reflexión, pero no tienen pensamiento (...); en cambio eso que tú, confundido, llamas “conocimiento de la vida” en La Celestina, en El Quijote, es, exactamente, el pensamiento verdadero. Es cierto que en lo español se parte muchas veces, siempre, si tú quieres, de “tradición tomada como premisa”, de “dogma como punto de apoyo”, pero de todas esas prisiones se parte –revisa a Quevedo, a Velázquez, a Cervantes, a san Juan, a Fray Luis- siempre hacia una libertad suprema (384-5).
Contesta, por favor, a vuelta de correo, o por telegrama si es posible, diciéndome que sí aceptas, ya que necesito con urgencia saber a qué atenerme. No me falles (607).En una nota a pie los editores recogen la contestación de Rodríguez Miaja: “Cuenta con mi ayuda durante seis meses”.
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