Un día a la semana hacíamos fiesta y nos íbamos en un microbús conducido por un árabe cristiano (tenía desplegado un mapamundi de estampitas a su alrededor) y con una guía judía muy simpática y muy competente.
Fuimos al lago de Galilea (o Mar de Tiberiades o lago de Genesaret, que todo es lo mismo: son esas las cosas tontas que uno descubre en Israel y no es poca cosa caer por fin en la cuenta).
El primer choque fue ver el desierto pegado a Jerusalén en dirección a Jericó, esa desolación en la que ¿viven? los beduinos. A la vuelta paramos en lo que caritativamente se podría llamar área de servicio, el sitio donde creo que había pasado más calor de los últimos años hasta la fecha. Lo bueno era que por ahí se sitúa la parábola del buen samaritano, de Jericó a Jerusalén. Se me ocurrió pensar que el pobre al que dejan medio muerto en esa parábola además tuvo que pasar un calor como para morirse otra vez. Y más mérito todavía del buen samaritano, ese personaje tan admirable, aunque sea una criatura que crea Jesús, una ficción que es una realidad fascinante porque es un relato inventado por Dios (y que es más verdad que todas las realidades «reales»).
Recorrimos paralelos al Jordán, pasando por Cisjordania, a través de controles militares. A los lados había plantaciones de palmeras repletas de dátiles, metidos en unos sacos de redecilla. Los lugares palestinos eran cutres, los judíos, no: esto puede fastidiar, pero es un hecho irrebatible.
La guía nos iba contando cosas sobre los montes que veíamos al otro lado, ya en Jordania, sobre los caminos entre Judea y Galilea por los que llegaron además las mil invasiones que pasaron por ahí y sobre algunos lugares que aparecen en el Antiguo Testamento.
En Tiberiades en vez de romanos lo que había era judíos ortodoxos, esa extraña gente que me fascina y que parecía inmune al calor, cubiertos como iban con esas gabardinas negras ellos, mientras ellas iban con medias y varias capas de ropa. Tiberíades es una ciudad turística con playas también para ellos, cosa que agradecerán los pobres, que también tienen derecho a bañarse, y en playas separadas además, que eso es lo que quieren. Me imagino a más de dos y a más de tres de por aquí que se pondrían como la niña del exorcista ante la mera mención de esta idea, así que la expongo aquí para abrirles la mente, que presumen de tolerancia, pero esas playas seguro que las prohibirían.
"Los lugares palestinos eran cutres, los judíos, no: esto puede fastidiar, pero es un hecho irrebatible". Una afirmación que a mí me suena como decir: la construcción en Nueva York es generalmente de primera calidad; la de Somalia, en cambio, no. Esto puede fastidiar, etcétera". Dada la situación de los territorios palestinos (véase aquí: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/international/newsid_4115000/4115287.stm), lo raro sería lo contrario.
ResponderEliminarMe alegra que te parezca evidente. Ya somos dos.
Eliminar