El primer día en Jerusalén nos dimos un paseo exploratorio y cruzamos por el barrio armenio, uno de los cuatro quesitos de la ciudad antigua. Resultó ser el más hermético: todo muros, ninguna tienda (eso es bueno, visto lo visto en los demás barrios, convertidos en un Santiago de Compostela cualquiera) y un monasterio, de Santiago (me entró curiosidad, a ver qué decían respecto a sus restos) que sólo abría de tres a tres y media de la tarde (¡sic!).
Sabías que estabas en el barrio armenio porque había carteles del genocidio (del genocidio armenio quiero decir).
Yo hice esta foto, casi la única tienda que vi. Pero era domingo y estaba cerrada:
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