El sábado, aunque Burgos estaba de un gris plomizo, nos fuimos de excursión por la ribera del Duero. Como premio, hizo el tiempo ideal: primavera con sol.
El viaje hasta La Aguilera yo lo repetiría cada semana: los campos estaban verdes, de ese verde de cereales verdes crecidos (aunque no tanto, por la poca lluvia), había amapolas, la carretera bajaba a veces a vallecitos donde había pueblos arremolinados, entre el adobe y el ladrillo.
En La Aguilera sólo pudimos comprar trufas y naranjas en chocolate de las monjas de Iesu Communio, porque la iglesia donde yace san Pedro Regalado estaba cerrada. Había familias con muchos niños a la puerta, también un padre que quería ver a su hija monja (que, según contaba, tiró por la ventana su carrera a punto de terminar), gente que iba llegando para la profesión de una chica cordobesa.
De allí nos fuimos a Vadocondes, que está en un meandro del Duero. Y qué bonito era el río allí:
Compramos pan bregado (pero en barra: qué novedades raras), nos sentamos en la plaza, con un rollo jurisdiccional elegante en el medio:
Al fondo había una casa que me llamó la atención. Le hice una foto;
Pero me la estropearon las sombras. Menos mal que está esta otra foto que tomé de la red:
Sentados en la plaza, mi hermana nos leía del Diario de Burgos las últimas noticias sobre mi homónimo Ángel Ruiz, que es lo más cercano que ha tenido la provincia a un asesino en serie, mientras nos tomábamos un mosto, cuando un señor se nos acercó y se ofreció a enseñarnos la iglesia. Nos estábamos acordando bastante de nuestro fracaso del año pasado en la vecina Sinovas, así que nos sorprendimos. Resultó ser el sacristán, Mariano, todo amabilidad.
Suerte que tuvisteis con el sacristán.
ResponderEliminarUn abrazo