En esta lectura de
Hombres en armas se me ha hecho mucho más evidente lo importante que es como tema en las obras de Waugh la cuestión del matrimonio fracasado. Fue clave en su biografía: tras un divorcio traumático, pasó años pensando que no se podría volver a casar (se hizo católico entre medias). El reconocimiento canónico de que aquel matrimonio había sido nulo le permitió su boda posterior con Laura Herbert, a la que escribe esta impresionante carta antes de la boda (la recoge Carlos Villar en la introducción - la traducción de todos los textos es la suya, excelente):
No te puedo aconsejar en mi favor porque creo que sería una faena para ti, pero piensa en lo estupendo que sería para mí. Soy inquieto y variable y misántropo y no tengo dinero, salvo lo que pueda ganar y si enfermo te morirías de hambre. En realidad es una proposición espantosa. Por otro lado, creo que (...) me podría reformar y volverme bastante estricto con lo de no beber y estoy muy seguro de que te sería fiel. (...) Todo lo anterior son pequeñas ventajas comparadas con lo horrible de mi carácter. Siempre he intentado ser simpático contigo y quizá se te haya metido en la cabeza que soy simpático, pero es puro cuento. Es solo para ti y por ti (16).
En esta novela el tema del divorcio se ve primero desde la perspectiva del señor Crouchback, padre de Guy,el protagonista, que divide a la humanidad entre las familias como la suya y el resto:
Solo Dios y y Guy conocían el amplio y singular alcance del orgullo familiar del señor Crouchback. Lo guardaba para sus adentros.
(...)
No era la suya una visión enteramente sensata, pero engendraba en su amable pecho dos infrecuentes virtudes: tolerancia y humildad. Dado que, asumía, poco se podía esperar razonablemente de la plebe, resultaba sorprendente lo bien que alguno de ellos se comportaba en ocasiones. Por el contrario, cualquier virtud que él poseyera provenía de lejos sin mérito por su parte, y cada pequeño fallo resultaba groseramente culpable en un hombre de su elevado linaje (148-149).
Pero, aquí hay un gran
caveat. No es la suya una idea nobiliaria que se convierta en el fin:
Cuando Virginia abandonó a Guy sin hijos, no se le ocurrió al señor Crouchback, al contrario que a Box-Bender [un yerno suyo], que la continuidad de su linaje valiera una disputa con la Iglesia; que Guy debiera casarse por lo civil y engendrar un heredero y arreglar las cosas a posteriori con las autoridades eclesiásticas, como otros parecían hacer. El orgullo familiar no se debía servir con deshonor (150).
Y luego encontramos al propio Guy hablando con Virginia, su (ex-)mujer:
—¿Nunca te volviste a casar?
—¿Cómo lo iba a hacer?
—Cariño, no me digas que tu corazón se destrozó para siempre.
—Aparte de mi corazón, los católicos no nos podemos volver a casar, ya sabes.
—Ah, es eso. ¿Todavía crees en estas cosas?
—Más que nunca. (212)
Más adelante conoce a un experto en familias católicas recusantes, que le cuenta una rocambolesca historia de adulterios por medio de los cuales se perpetúa una de esas familias:
Pero el marido no tiene la menor culpa. Y así, bajo otro nombre bastante vulgar, se ha preservado una gran familia. Y lo que es más, el hijo se casó con una católica, por lo que el hijo se ha educado dentro de la Iglesia. Explícalo como quieras, pero yo veo aquí la acción de la Providencia.
—Señor Goodall. —Guy no podía resistirse a preguntar—, ¿cree de veras que la Providencia de Dios se interesa por la perpetuación de la aristocracia católica inglesa?
—Pues claro, y también por los gorriones, como se nos enseña.
El encuentro con el genealogista católico le ha recordado a Guy que su ex-mujer es ante Dios su mujer, así que va a verla a Londres, esperando poder recuperar su intimidad con ella, ahora que está libre, después de varios amoríos fracasados. la conversación entre los dos es impresionante:
—Pero no te entiendo, Guy, en absoluto. Nunca te gustaron las aventuras. No puedo creer que ahora sí.—No me gustan. Esta no lo es.
—Solías ser tan estricto y tan piadoso. Esto hasta me gustaba de ti. ¿Dónde ha ido a parar aquello?
—Aquí sigue, más que nunca. Ya te lo dije cuando nos volvimos a encontrar.
—Y entonces ¿qué dirían tus curas sobre tus andanzas de esta noche, enrollarte con una notoria divorciada en un hotel?
—No les importaría. Eres mi mujer.
—Bobadas.
—En fin, me has preguntado qué dirían los curas. Dirían: «Adelante».
—Aquella luz que había brillado y crecido en su compartida oscuridad, de pronto se apagó como si hubieran dado el aviso de un bombardeo aéreo.
—Pero ... eso es horrible.
A Guy le cogió esta vez por sorpresa.
—¿Qué es horrible? —preguntó.
—Es absolutamente repugnante. Es peor que todo lo que Augustus o el señor Troy hubieran podido soñar. ¿Es que no lo ves, pedazo de cerdo?
—No —dijo Guy con una sinceridad profunda e inocente—. No, no lo veo.
—Preferiría mil veces que me tomaran por una puta. Preferiría que me ofrecieran cinco libras por hacer algo ridículo en tacones altos o por llevarte con una correa por la habitación, o esas cosas que cuentan en los libros. —Lágrimas de ira y humillación fluían sin resistencia—. Pensaba que te volvía a gustar y que querías un poco de diversión en recuerdo de los viejos tiempos. Pensaba que me habías escogido especialmente en recuerdo de los viejos tiempos, y ya lo creo que lo has hecho. Porque eres la única mujer en todo el mundo con la que te dejan acostarte los curas. Cerdo estúpido, creído, indecente, vanidoso, frígido y lunático (268).
Habrá que ver cómo continúa la cuestión en las otras dos novelas de la trilogía.
Buenísimo
ResponderEliminarEl bien que me ha hecho esta entrada sólo es comparable a la del II Marqués de Vélez en Retablo de la vida antigua. http://retablodelavidaantigua.blogspot.com.es/2015/09/del-marques-de-los-velez.html Gracias a ambos.
ResponderEliminarLo del Marqués de Vélez es impresionante. Qué bien escrito está y qué bien escribían en el XVI, qué concretos.
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