Al malo lo estuve leyendo por primera vez el sábado, entre divertido y escandalizado ante lo que dice sobre Galicia este viajero inglés del siglo XIX, un
Casi todo el tono es de inmensa superioridad crítica (y bien que tendría motivos en muchas cosas, pero no voy a eso) y la correspondiente condescendencia. Luego me hizo hasta gracia que se pase el día despreciando todo el arte barroco que ve, por ejemplo cuando dice del retablo de san Martín Pinario que «representa el churriguerismo más vomitivo, Santiago y San Martín cabalgan juntos en un fricandó de pan de jengibre dorado». Con lo que a mí me gusta justo ese retablo.
Y luego que va señalando paralelos en todo tipo de civilizaciones de lo que se va encontrando, como un Frazer avant la lettre (y más pedante que todos juntos: ve un carro y se remonta a los Upanishads, Macrobio y los asirios, y todo así).
En lo que siempre se fija es en los rastros de lo inglés, de las batallas contra Napoleón en la península, gloriosamente ganadas siempre.
De los asturianos dice que «como cocineros son los menos malos de toda España, ese Érebo gastronómico, donde las personas solo comen para vivir, como hacen con las bestias que perecen».
Y lo dice un inglés, lo de la comida.
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