Un madrugón, los clarines de Ryanair (-¡otro avión puntual!), los largos pasillos del metro, la intensa reunión y luego la emocionante comida de amigos y a pesar del cansancio acumulado apoyé la idea de ver el tesoro de las Mercedes en el Museo Naval, que pillaba cerca.
Debe de ser la peor visita que yo haya hecho a un Museo (que mereciera la pena) en mi vida: pasé delante del mapa de Juan de la Cosa (sin duda uno de los más importantes de la Historia) igualito que un curso completo de la ESO desfilaría ante las Meninas. Enrique nos dijo, para que nos fijáramos, que se hizo en El Puerto de Santa María: yo, ni caso. Deambulaba sin lograr fijar la atención en nada.
Cuando nos fuimos a casa de David y nos sentamos en aquel jardín y se formó una tertulia con Carmen, sus hijos maravillosos y la cocacola, todo volvió al orden. Como para no levantarse de allí en horas.
Y el momento Bradey que creé introduciendo justo ahí el factor "Misa" hasta contribuyó a la alegría de aquel día. Salí impresionado de la parroquia de san Josemaría: en Santiago las viejas y yo languidecemos en las respuestas; allí todo fue bien intenso, la piedad, las contestaciones, la atención. Hasta te olvidabas de los horrísonos relieves de arcilla del retablo (por suerte provisional).
Pasear museos, creo que se llama.
ResponderEliminarUn abrazo