También noto mi indicador de Trapiello muy bajo: como no sé si va a salir pronto su próximo volumen de diarios (Apenas sensitivo), decido saltarme la dieta y coger la nueva edición de Las armas y las letras.
Y ya sólo la portada, la viñeta, el pasar las páginas me reanima: qué bien editado.
Hay tres prólogos: el más flojo, el último, con un acto de fe ilustrada y luego intentos de difíciles equilibrios.
Y es interesante ver la familiar lista de agradecimientos.
Y leo el primer capítulo y lo disfruto mucho -dentro de lo que se puede disfrutar esta tremenda historia familiar de España.
Y ahí me impresiona el final de un poema de Unamuno (que Giménez Caballero dijo que Unamuno quiso poner como epitafio):
Méteme, Padre eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar.
Qué curioso, es el mismo epitafio escrito sobre la tumba de Carmen Martín Gaite, en El Boalo, un pueblecito de la sierra de Madrid. Se respiraba mucha paz allí. Me impresionó el epitafio, pues no pensé que ella fuera persona religiosa, y me alegré entonces.
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