Quedamos en el Derby: yo no había estado nunca, aunque llevo ya casi nueve años en Santiago.
Y lo mejor es que casi ni me di cuenta del sitio: una buena conversación es mil veces mejor que cualquier Café (por muy literario que quieran hacerlo).
Luego, al salir, miré alrededor: molduras de yeso pintadas con colores bastos, camareros aburridos, como una burda copia de un café vienés. Y yo ya no quiero poetizarme (frase de A. T.), al menos con la parafernalia tradicional de la ciudad provinciana. A mí me es (casi) indiferente que en Santiago cierren las tiendas tradicionales (había montones de tiendas de fajas, y sigue habiendo) o los cafés en los que se supone que estuvo Valle Inclán. Bah, ganas de marear la perdiz.
Pero desde el Derby sí que era bonito ver a la gente pasar, sentado allí junto a la ventana, tan a gusto, hablando con esa intimidad que es difícil de entender cuando no nos conocíamos de antes.
Y lo mejor es que casi ni me di cuenta del sitio: una buena conversación es mil veces mejor que cualquier Café (por muy literario que quieran hacerlo).
Luego, al salir, miré alrededor: molduras de yeso pintadas con colores bastos, camareros aburridos, como una burda copia de un café vienés. Y yo ya no quiero poetizarme (frase de A. T.), al menos con la parafernalia tradicional de la ciudad provinciana. A mí me es (casi) indiferente que en Santiago cierren las tiendas tradicionales (había montones de tiendas de fajas, y sigue habiendo) o los cafés en los que se supone que estuvo Valle Inclán. Bah, ganas de marear la perdiz.
Pero desde el Derby sí que era bonito ver a la gente pasar, sentado allí junto a la ventana, tan a gusto, hablando con esa intimidad que es difícil de entender cuando no nos conocíamos de antes.
Es un placer apostarse al lado de una ventana, dentro de una cafetería, o en una terraza, y ver cómo pasa la gente, la vida...
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