Últimamente me dan más ganas de quedarme mirando las entradas de la columna de la derecha que de escribir yo algo (pero siempre acabo escribiendo algo, grafomanía lo llaman): leer el poema de Enrique o seguir, a propósito del atentado en Navarra, la fascinante polémica que se ha creado a partir de una entrada de Periodistas 21 (y lo que luego explicaron en e-periodistas; y es importante en ambos casos leer los comentarios, muy jugosos). El tema se desarrolla muy bien en Scriptor, junto con el de los ecos del bombazo, la conciencia de asombro ante el hecho de que no pasara nada (malo) en Navarra: nadie lo dice muy alto, la palabra milagro, pero parece evidente que no hay otra mejor.
En lo más relacionado con los blogs, el proceso es interesante porque documenta la pérdida paulatina de poder del periodismo impreso, incapaz de comprender que las cosas están cambiando. Parece claro que está en movimiento un proceso por el que dejamos el café para todos (unos pocos periódicos, unas pocas cadenas de televisión, unas emisoras tasadas, unos suplementos literarios) en favor de las redes sociales.
En lo más relacionado con los blogs, el proceso es interesante porque documenta la pérdida paulatina de poder del periodismo impreso, incapaz de comprender que las cosas están cambiando. Parece claro que está en movimiento un proceso por el que dejamos el café para todos (unos pocos periódicos, unas pocas cadenas de televisión, unas emisoras tasadas, unos suplementos literarios) en favor de las redes sociales.
Qué gran suerte es no depender ya de que nos adoctrine ni El País, ni El Mundo, ni el ABC, ni La Razón, ni (mucho menos) Público, porque tenemos una oferta más amplia y plural que nunca. Que los telediarios sean una reliquia del pasado. Que nos resulte ya indiferente la penosa programación de las cadenas de televisión, que oigamos música que llega por otras vías, que leamos lo que nos recomiendan los que nos merecen confianza, no los suplementos literarios -ese monstruo venal-.
Pues sí, estos recursos que la red nos ofrece propician algo que se acerca en alguna medida a la democracia (posibilidad disfrutada por muchos de, al menos, elegir entre un buen abanico de ideas, opiniones y creaciones, e incluso de poder expresar las propias). ¡A ver cómo se las ingenian -que lo harán- nuestros ingenieros sociales para coartar tanto "libertinaje"! Chema
ResponderEliminarY sin embargo, también estamos expuestos en mayor medida y con menor protección a una gran variedad de mentiras en lata, bulos sin confirmar y militancias varias. Me temo que para hallar el grano en la red hay que apartar demasiada paja. Sin embargo, estoy contigo, si tomamos a tiempo este pulso la encrucijada de posibilidades que ofrece internet puede aliviar nuestras ganas de acabar lanzando el televisor por la ventana.
ResponderEliminar"Que los telediarios sean una reliquia del pasado. Que nos resulte ya indiferente la penosa programación de las cadenas de televisión, que oigamos música que llega por otras vías, que leamos lo que nos recomiendan los que nos merecen confianza, no los suplementos literarios -ese monstruo venal-."
ResponderEliminarChapeau, Ángel. Pronto recordaremos esa época de los telediarios como hoy se recuerda la de las cartillas de racionamiento. A pesar de que lo más visto sea lo que sabemos que es...
La reacción conservadora de los medios podría dividirse en dos grupos al menos.
ResponderEliminar-Aquellos que se oponen acerrimamente a ellos: por su contenido, modo de acceso y actualización, estructura y autoría (este último por sobre todo)
-y aquellos que piensan exactamente lo mismo pero atenuado por un pseudoreconocimiento en pos de no caer rotundamente en lo obsoleto.
Saludos,
DN