Todavía con el buen sabor en la boca de los días en Almodóvar del Campo (del Campo de Calatrava, que a eso se refiere), publico hoy esta reseña que escribí este verano, que me parece todavía más acertada en la crítica a las críticas tan injustas de Azorín a La Mancha. Yo en Almodóvar vi un pueblo modélico, lleno de gente con iniciativa, limpio, ordenado, arreglado, no esas parodias que hace Azorín de los pueblos del Quijote:
Como estaba con las primeras novelas de Azorín, me dio por La ruta de don Quijote, con ilusión de que fuera un libro de viajes que le hiciera justicia a La Mancha.
Lo he acabado decepcionado, por la visión de fondo, no por el estilo azoriniano, tan limpio, tan armonioso, tan agradable de leer, tan original todavía ahora (¡cuánto se puede aprender de él!). Pero la visión de fondo que da es la del tedio de la vida manchega, y además con ínfulas de ser verdaderamente la patria de autor y personajes de El Quijote, una pretensión que presenta con comprensión, cierta ironía y un poco de retranca, con cierto tonillo de superioridad sobre deliquios de ese jaez.
El centro, el núcleo de ideas del libro, es que el idealismo de El Quijote que ven los ingleses en La Mancha es en realidad una falta de realidad, una "fantasía loca, irrazonada e impetuosa que rompe de pronto la inacción para caer otra vez estérilmente en el marasmo" (157-158).
Nos presenta Azorín una Mancha de calles vacías, de tedio, de aburrimiento, de tiempo paralizado. no es esa la Mancha que conocí: me siento traicionado otra vez por el noventayocho; unos representando mal Castilla la Vieja, otros representando mal Castilla la Nueva. En el caso de Azorín me escocieron sus comparaciones con Levante en Antonio Azorín: son increíblemente obtusas, mercantiles, chatas, de un extrañísimo pancatalanismo ridículo. Aquí la víctima es La Mancha.

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