Estuve en Innsbruck este verano. Lo crucial es que es un cruce, un lugar de asentamiento entre montes gigantes que surgen del río (ya sé que geológicamente es al revés, pero whatever).
No es una ciudad demasiado llamativa, pero sí que lo es que tenga montes gigantescos literalmente surgiendo de la base del río: miras para arriba y hay un enorme paredón y allá arriba los riscos tienen nieve. El río estaba desbordado del deshielo de lo último que va quedando de esa nieve.
Luego está el hecho de que es el paso entre el mundo germánico e Italia: el Tirol está en medio y por ahí ha pasado todo, todo el mundo y todo el comercio, todo: las influencias artísticas, por ejemplo. Pasan camiones de norte a sur como si lo regalaran: fuimos a Trento y eran filas y filas, cada uno de un país europeo, sobre todo del norte y del este: desde Lituania a Turquía pasando por Bulgaria, Rumanía o Dinamarca.
La calle más importante de Innsbruck es como todas las calles típicas austriacas, con casas barrocas y una columna de la Virgen. Lo llamativo son esas tremendas montañas de fondo:
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