Continúo con el segundo volumen de diarios de José Jiménez Lozano y ya estoy en Cavilaciones y melancolías. Esto es de 2016, hablando de aquellos mandarines de simpatías maoístas que han dominado Occidente. Luego hace una reflexión sobre los que pasamos de liberales, sin saber qué era aquello, a conservadores "sin tener nada que conservar" (y, añado yo ahora, ya no estamos en ninguno de los dos sitios):
Realmente nosotros no contábamos, porque iba de suyo, y no es que nosotros fuéramos, ni seamos, mejores o peores que esta privilegiada aristocracia intelectual y luego política, sino que nadie nos ofreció nada, y a ellos sí. Eran ricos y tenían becas porque eran inteligentes y listos, y la vanguardia de la historia, la flor y nata de la sociedad y de los ministerios; y nosotros no éramos ricos ni tampoco inteligentes ni listos comme il faut, no entramos en los ministerios y, menos, en otros salones más importantes sino por una condescendencia, como mucho; y lógicamente nadie nos propuso nada nunca. Muy mayores ya, todavía eran maoístas, como en París, pero no olvidaban la bufanda de gamuza para ir a hacer la revolución, y todavía no habían adoptado las vulgaridades demagógicas de más tarde. Así eran las cosas, y no las juzgo; ni tampoco nos juzgo. Nosotros éramos liberales que no sabíamos bien lo que era, luego hemos pasado a ser tenidos por conservadores, sin tener nada que conservar. Ni siquiera el mundo de la cultura, a cuya liquidación nos parece asistir, o al menos al triunfo de las propuestas de la señora Mao, advirtiendo que cuantos más libros se leyesen más idiota se volvería uno (722).
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