lunes, 6 de noviembre de 2023

Plantearse el sentido de escribir

Cuando salieron los Diarios de José Jiménez Lozano en dos volúmenes, a finales del año pasado (en la web de la Fundación Jorge Guillén están agotados, vaya) se me ocurrió empezar por el segundo, desde Advenimientos, que comienza en 2005, porque los anteriores los había leído todos, pero estos últimos no, al menos los más recientes.

En Advenimientos justamente he encontrado esta reflexión sobre la banalidad de escribir:

Cuando se tiene acabada una escritura, inevitablemente, se acuerda uno de San Agustín y sus Retractaciones, cuando dice que piensa en lo que está escrito en el libro de los Proverbios sobre que no se logrará escapar al pecado en el mucho hablar, y no porque haya escrito mucho, sino porque de tantas escrituras pueden colegirse muchas cosas «que, si no son falsas, pueden parecerlo o ser tenidas por innecesarias». Es tremendo, y ante estas aprensiones agustinianas lo que uno piensa inmediatamente no es que haya que escribir encima unas retractaciones -imposible por lo demás para la escritura literaria-, sino ponerlo todo en un montoncito en una hoguera y hacerlo desaparecer. ¿Cómo atreverse a pensar un solo instante que tienen algún carácter de necesidad las propias escrituras? Da la risa. Y el pavor.

No sabe uno si echarse a temblar, o soltar una gran carcajada, desde luego, si se piensa en esa propia escritura, después de ver esas aprensiones de San Agustín. Si se hubiera uno dedicado a hacer sillas de asiento de espadaña, pongamos por caso, otra cosa sería, desde luego, y no habría lugar a retractaciones. Pero, como ya no tiene solución alguna lo de haberse metido en este berenjenal de escribir, la única salida que cabe es desear que algunas de esas escrituras hayan servido como sillas o cabos de vela, o un trozo de cuerda, o papel de envolver el ánima contra el frío, que al fin y al cabo cosas de alguna utilidad son, incluso en estos tiempos tecnológicos. Con esto, si eso se logra, ya puede darse con un canto en los dientes. (71)

Y yo pienso para mí: ¡Pues anda que tener un blog!

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