Me pilló de sorpresa: en Zürich tenían la primera edición de El Silmarillion, aquella de Minotauro que era tan emocionante ya solamente de tocar (no digo luego, cuando desplegabas los mapas). El hecho es que me cogí el libro e hice lo que no pensaba, releerlo. Y tengo que decir que me sigue pareciendo un gran libro, no solamente era un buen recuerdo.
Seguramente lo que tendría que haber hecho era leer los volúmenes concretos que fueron apareciendo después, donde hay una mejor disposición de los textos fragmentarios que aquí están unificados, un poco forzadamente, en un volumen, que de todos modos es un fascinante, incompleto y todo, bosquejo de ese mundo que acabó creando Tolkien y que está en el trasfondo de El Señor de los Anillos.
Me ha consolado mucho, leyéndolo, darle vueltas a su "teología de la historia", en medio de esta sensación de descomposición en la que nos encontramos: este mundo nuestro, ese que también dejaron los elfos al ir a Valinor, ese por el que pelearon los hombres que tenían el don de Ilúvatar de la mortalidad, es un mundo de pérdida, de paso, con ser tan tremendamente hermoso. El sentimiento que dejan las derrotas, las malas decisiones, los males, es real: esto lo cuenta muy bien Tolkien. Es lacerante la conciencia del mal que se ha instalado en los corazones y lleva a desgracias: la maldición de los Noldor como una de las grandes líneas por ejemplo.
Todo es un modo de contar algo que a mí sí me importa, no por que haya ocurrido, sino por lo que refleja de nuestra situación. Tolkien tiene una clara visión providencial, pero no providencialista: el mal no vencerá, pero hará mucho daño, aunque del mal el bien sacará bienes.
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