No me aguanté las ganas y me puse a leer el estudio de Javier san José Lera a su nueva edición de De los nombres de Cristo y en una nota* recoge, de un Catálogo de las cosas que más comúnmente describen los que predican, cómo había que hablar de una huerta:
Una güerta se describe del lugar donde está, si lejos o cerca de la ciudad, si es sano el sitio, de la variedad de árboles y frutales, si hay alguna fruta o árboles raros; del agua con que se riega, de las tablas de hortaliza, de los pájaros que hacen nido en los árboles, de los parrales, del aparejo para holgarse por la soledad, por las siestas; si tiene algún río cerca, alguna acequia; de los encañados.
Maravilloso, ¿no? Luego me acordé de las huertas que pintaba Miró de joven:
*p. 493-4, n. 47, donde recoge el increíble texto 15 del manuscrito 6513 de la Biblioteca Nacional de España, que toma de Luisa López Grigera, La retórica en la España del Siglo de Oro, Salamanca, 1994, 149.
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