Hay que decirlo ya: por la mínima (en concreto un uno en el dado) ganaron mis hermanas al parchís. Sigue siendo una victoria, de todas maneras, y nosotros nunca jugamos de broma, porque si no, no tiene gracia, o por lo menos nosotros no se la vemos. Así que, por más que duela, fuimos derrotados, por la mínima, sí, pero derrotados.
Volví a ver cómo es la vida cuando tienes que preparar las comidas. Estuvimos en una frutería: había una señora que decía: Me das caquis, pero están muy maduros ¿no?, me das puerros, cuatro, sí. La frutera se los iba pesando y poniendo en un sitio, todo junto, los puerros, los caquis, las peras. Al final después de una compra que a mí me pareció larga y minuciosa, el total eran 11 euros y mi hermana me dijo que ahora la fruta está muy cara. Yo vivo en Babia de los precios, soy como el presidente del gobierno, a mi me pareció barato.
También estuvimos en la charcutería de un supermercado. La de cosas que hay en un supermercado: es impresionante, yo en eso soy como Ceaucescu (¿o era Kim Jong-Il?), que parece que se sorprendió mucho de los supermercados del Occidente capitalista, hasta el punto de pensar que todo era un montaje propagandístico. Hasta vi que te podías embotellar un zumo de naranja en directo. En la charcutería pidió un señor cabeza de jabalí, que a mí me da asco, la verdad sea dicha, así de pejiguero soy. A cada embutido abierto le quitaban un plástico, sacaban lonchas (a mi hermana no le parecían suficientemente finas) y luego le volvían a poner otro plástico encima al muñón correspondiente.
Compramos morcillas y un queso de Sasamón, para traérmelos a Santiago.
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