Siento mucho el fallecimiento de Benedicto XVI. Por carácter, es el papa con el que más afín me he sentido: todos los papas son Pedro y, en un misterio incomprensible, son il dolce Cristo in terra, como decía santa Catalina de Siena, lo que no quita para que unos los podamos sentir más cercanos que otros. En 2005 escribí dos entradas con el pretencioso título de Ratzinger y yo: esta y esta otra.
Yo de lo que leí de él, que fue mucho -y me queda, por suerte, mucho que leerle y releerle- todo me pareció unas veces admirable, otras deslumbrante, siempre hondo, preciso, riguroso. Yo le he dedicado muchísimas entradas aquí, muchas de ellas citas de textos suyos: por citar alguna, recogía una conferencia magistral suya sobre la conciencia. O un texto sobre la esperanza. Sobre Jesús como rey de burlas. O sobre la angustia de Cristo. O sobre Platón, profeta de Cristo. O sobre arte en esta entrada, que continúa con esta otra y acaba en esta.
Hice un resumen en diez entradas de su grandiosa encíclica Deus Caritas est. Y cuatro a Spe Salvi.
Sus discursos eran magistrales (al de Ratisbona le dediqué ocho entradas, y tres al de la Universidad de La Sapienza, uno, dos y tres: leed por favor esta tercera parte), su gobierno de la Iglesia lo recuerdo con mucho cariño. Cuando estuvo en Santiago, lo vi de lejos.
Algunos lo presentaron como un ser caricaturesco, porque el mal existe y la estupidez también. Él espero que ya descanse en el Señor. Aquí -saldrán muchos más- os dejo tres artículos recién aparecidos, uno de don Lucas Buch, otro de Enrique García-Máiquez y los recuerdos de don Fernando Ocáriz, el Prelado del Opus Dei.
Parece como que Dios nos va quitando todo en lo que podíamos poner esperanza, pero ahora es el momento de la esperanza en Dios, a pesar de los pesares: todo lo hará el Señor antes, más y mejor.
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