En el Instituto lo que más recuerdo son las clases de griego. La profesora nos daba una caña tremenda el primer año y era una madre en COU. El profesor de latín era bueno, pero no nos exigía tanto.
Yo llegué al Instituto sin saber cómo me iba a ir. En la 1ª evaluación suspendí tres asignaturas de un golpe, la educación física, el dibujo y, por sorpresa, Historia, donde caímos solamente tres en un examen estúpidamente tonto de geografía. Yo nunca me había visto en una así. Se lo fui a contar a mi padre y se echó a reír.
En Literatura Española en 3º tuvimos a una profesora que quería que nos ofreciéramos voluntarios: una vez estuvimos casi media hora en silencio porque nadie salía. En un examen, yo bordé Beato sillón, de Jorge Guillén. Me acuerdo del salón grande donde hicimos el examen y lo que disfruté comentando el poema, que ahora la verdad es que me gusta muy poco.
En cambio, el profesor de Literatura de COU nos hacía leer los libros enteros en clase, en voz alta; un tostón estar una hora oyendo entra mal y muy mal La busca o, peor todavía, Tiempo de silencio: la sensación de pérdida de tiempo era abrumadora. Sí que sometió a ácidas críticas al Retrato de Antonio Machado y se lo agradezco: ojalá hubiera sido así en todas las clases, en vez de haberse quedado sentado sin hacer nada en el 90% de ellas. Me puso una nota muy mala, un 6 que todavía me escuece.
Ya conté que el profesor de filosofía no era ni fu ni fa: nos preguntaba qué significa cuando alguien por la calle decía "esta es mi filosofía" y tontadas así. En Historia Contemporánea teníamos a una profesora de pura ortodoxia marxista, que nos insistía mucho en términos como "coyuntura" o "plusvalía". Recuerdo mucho unos resúmenes increíbles que me hice de todo, especialmente de la revolución francesa, en pocos folios, a base de apretar las líneas y reducir el tamaño de la letra: así de pequeña se quedó desde entonces.
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