El Museo Nacional de Artes Decorativas ahora no tiene carteles, sino códigos QR (un truño: hay que inventar otra cosa). Iba mirando jarros, telas, bargueños, espejos como si fuese analfabeto, disfrutándolo mucho también.
Había un piso del siglo XVII y otro del XVIII y el último lo cerraron pronto, así que me quedé sin ver una cocina valenciana con azulejos hasta el techo (pero la tenéis en una visita virtual): para otra vez.
A mí de cerámica española me suena la de Talavera (y la de Manises, que no tenían, quizá por más antigua), pero no tenía ni idea de que es importante la de Teruel:
Hombre, compárame comerse unos huevos con chorizo en uno de estos platos tradicionales que en uno verde de duralex, aunque lo haya diseñado Mies van der Rohe o Pepito von der Leien. Ayer me quedé con ganas de escribir que odio el experimentalismo (anti)estético del s. XX, pero al final me mordí la lengua para no ofender a nadie. Hoy sí que me atrevo a lanzar mi reflexión: en las artes puras, bueno, con no ir al museo de arte contemporáneo asunto arreglado. Pero en objetos funcionales del día a día, no, por ahí no, porque lo único que consigue este tipo de diseño es agudizar la angustia existencial.
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