Hay que decir primero que este libro es una maravilla ya desde su materialidad: el papel de las guardas, el de las hojas, el tipo de letra, la portada.
Este volumen se iba a llamar El canto del chamariz, un título muy bonito que da mucho juego en las primeras páginas, a propósito del canto de pájaros que imitan a otros. Y la portada son dos pájaros de barro, muy parecidos. Acabó cambiándolo a Quasi una fantasia, título de una obra de Beethoven: está muy bien, porque en este libro hay una tensión constante entre clasicismo y romanticismo. Inmerso en ella, nunca se le ve al autor más suelto. La naturalidad con la que escribe es total, es pasmosa.
Sobre esa naturalidad del canto, aunque uno cantando cante lo de otros y eso sea lo suyo también, copia en el libro, entre otros, un comentario de un amigo mío
Aunque los machos de varias de las aves fringílidas que tradicionalmente se han trampeado en España por su canto (jilgueros/chamarices y pardillos/camachuelos, además de los canarios) son capaces de aprender y repetir el canto de especies cercanas cuando se las expone al mismo desde polluelos (ya con maestros de la especie escogida, ya con grabaciones), de forma natural aprenden del canto de sus padres, que son los que les pillan más a mano, por lo que cantan como corresponde a su especie (y por eso los aficionados conseguimos distinguir el canto de unas y otras). A mayores del ave lira y de otras consumadas imitadoras que hay por el mundo adelante, de entre las aves ibéricas las que con mayor frecuencia y de forma natural incorporan imitaciones de otras especies en su repertorio son estorninos y alcaudones. Un saludo. AP (43 - apareció en su blog en 2019).
Todos cantamos una canción que no es hermosa por ser original, sino por hermosa. Por eso está tan bien traído lo del canto del chamariz. Más adelante en el libro recurre a Homero, que va creciendo en importancia en esos últimos años del Salón de pasos perdidos. Homero le muestra el camino, buscar representar la realidad con lo realmente esencial, despreocuparse del afán de novedad y perder el miedo a repetirse, cuando la repetición es en realidad mirar otra vez lo verdadero. Esto dice:
Lo más difícil al escribir de la naturaleza es atinar con los adjetivos. Homero puso esta tarea tan alta que nadie le ha igualado, ni el Virgilio de las Geórgicas. Para escribir la corva hoz y que parezca que es la primera vez que la hoz viaja por el mundo con este adjetivo hace falta estar en estado de gracia; las cóncavas naves, el de torvo mirar, los fúlgidos ojos, la flecha implacable, de peplos holgados... (441).
También a propósito de la imagen de la niebla como un contrabandista:
esta imagen del contrabandista la he sacado otras veces, pero no tengo otra mejor, como Homero repite tanto lo de las cóncavas naves; yo soy un Homero de pobre, con vocación de libro viejo (452).
En esa línea de reflexión literaria, me alegró encontrar que usa dos veces el verbo heñir, que significa amasar el pan. Eso es lo que hace con su obra (y ya me harté yo de decir que heñir viene del latín fingere, relacionado con fictio, ficción): ficción hay aquí, novela de vida, lograda, eso sí. Parece fácil, pero no debe de serlo: basta con que cada uno intente escribir algo que se parezca a un diario, como sé yo por estos repetidos intentos. Algunos diarios recientes jaleados por la crítica a mí me parece tristes parodias de este: lo reivindican cada vez que se pasan o se quedan cortos respecto a este milagro de equilibrio que se encuentra aquí.
Cuando has leído los 22 volúmenes anteriores, la lectura es además de otro modo, como con más capas. Te encuentras a Martínez Sarrión, que ya estuvo en aquel episodio delirante de la exhumación de Azorín, pero aquí en un coloquio con Esther Busquets y para colmo, recordando yo haberlo oído (ya hablé yo de ello también), así que esta lectura es relectura de algo que ya viví, pero con otra perspectiva.
También uno puede ver en qué ha quedado lo poco que quedaba de Julio Aumente: es todo un gran sic transit gloria mundi del que podría aprender JG, que también sale aquí, con un retrato curiosamente favorecedor.
Unos cuantos "ya no escribió más nada" (p. ej. en 500) yo los veo como caramelos para los lectores anteriores, que nos recuerdan aquella frase de Marías. Yo siempre que me la encuentro, me río.
Sobre la superposición de realidad, actualidad, literatura y mundo literario, muchas capas tienen también las menciones a Muñoz Molina, sobre todo leyendo yo el libro en medio de la mayor polémica entre ambos, en estas últimas semanas, a cuenta de 26 años de supuesta dictadura en Madrid. Además también sale su mujer, con Paco Rico de por medio. Y qué mal este hombre siempre: está en mi lista, con Muñoz Molina.
Ferlosio aparece en este volumen con más peros. También está Puértolas a la baja (512). Lo que más me llamó la atención es que aquí aparece la primera valoración con algún ribete de crítica de escritores gallegos, a los que siempre había tratado con una benevolencia sorprendente, para mí: aquí le pone varios peros muy pertinentes a Castelao (317).
Es muy bonito lo que cuenta de Muñoz Rojas y a mí me da como más pena, porque por esos años tuve una oportunidad de conocerlo en su finca de Antequera, pero no se concretó.
Esto me está quedando muy largo: dejo para mañana y pasado algún comentario más sobre dos aspectos especialmente destacados de este libro, los viajes y algunas palabras que aparecen y me llamaron la atención.
Y la duda final de si por fin ha entrado en el club de las almendritas saladas (cas) o sigue en el club de los cacahuetes rancios (ccr) (489-90): a mí me da igual, la verdad. Me da que en el cas nunca va a estar, pero qué importa: estamos con Homero, no con Muñoz Molina.
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