jueves, 29 de octubre de 2020

Tucídides sobre la peste 8

A continuación explica Tucídides cómo el amontonamiento de refugiados del campo dentro de los muros fue una causa decisiva para la propagación de la peste. La descripción de la destrucción del decoro en los rituales funerarios es otro punto culminante y tremendo del relato. Esta es la traducción de Francisco Romero Cruz (2.52, aunque yo he cambiado unas cuantas cosas)

Lo dificultaba todo el amontonamiento de gente del campo en la ciudad; y no menos lo notaron los desplazados; como no había casas, sino que hacían vida en chozas sofocantes por la estación del año, se producía una mortandad fuera de todo orden; los cadáveres se apilaban unos sobre otros al morir y los moribundos se arrastraban por las calles y en torno a todas las fuentes por su ansia de agua. Los santuarios en los que se habían montado tiendas estaban llenos de los cadáveres de quienes morían allí mismo, pues al obligarles excepcionalmente la enfermedad, los hombres sin saber qué hacer, tendieron al abandono por igual de lo sagrado y de lo profano. Todo el ritual del que se servían antes para los funerales quedo destrozado y enterraban como podían. Muchos se prestaron a exequias indecorosas ante la falta de lo preciso, por los continuas exequias que ya habían tenido que hacer previamente; unos, tras poner su muerto en piras ajenas, anticipándose a los que las habían preparado, les prendían fuego, y otros, mientras ardían otros cadáveres, echaban encima el que llevaban y se iban.

Vuelvo a poner al lado la traducción del siglo XVI de Diego Gracián
Además de la epidemia, apremiaba a los ciudadanos la molestia y pesadumbre por la gran cantidad y diversidad de bienes muebles y efectos que habían metido en la ciudad los que se acogieron a ella, porque, habiendo falta de moradas y siendo las casas estrechas y ocupadas por aquellos bienes y alhajas, no tenían dónde revolverse, mayormente en tiempo de calor como lo era. Por eso muchos morían en las cuevas echados y donde podían, sin respeto alguno, y algunas veces los unos sobre los otros yacían en calles y plazas, revolcados y medio muertos, y en torno de las fuentes por el deseo que tenían del agua. Los templos donde muchos habían puesto sus estancias y albergues estaban llenos de hombres muertos, porque la fuerza del mal era tanta que no sabían qué hacer. Nadie se cuidaba de religión ni de santidad, sino que eran violados y confusos los derechos de sepulturas de que antes usaban, pues cada cual sepultaba los suyos donde podía. Algunas familias, viendo los sepulcros llenos por la multitud de los que habían muerto de su linaje, tenían que echar los cuerpos de los que morían después en sepulcros sucios y llenos de inmundicias. Algunos, viendo preparada la hoguera para quemar el cuerpo de un muerto, lanzaban dentro el cadáver de su pariente o deudo y la ponían fuego por debajo; otros lo echaban encima del que ya ardía y se iban.

Diego Gracián se equivoca al pensar que el problema era de amontonamiento de muebles, y no de personas. Confunde los templos con cuevas. Pero qué tremendo final, de todos modos, echar los cadáveres de los seres queridos en piras ajenas, en plena desesperación. 

Alguien puso aquí el otro día un verso de Lucrecio: es de ese pasaje tan tremendo de moribundos amontonándose al morir: 

multaque humi cum inhumata iacerent corpora supra / corporibus (6.1215-16) 

y muchos en el suelo, sin inhumar, yacían, cuerpos sobre / cuerpos

2 comentarios:

  1. Tremendo. Por cierto, la escena evoca inmediatamente los campos de refugiados modernos y la idea de qué estará pasando en ellos, porque por las condiciones tendrían que ser casi necesariamente un foco de propagación de primera magnitud. Yo no he visto ninguna noticia al respecto. ¿Sabes algo del asunto?

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    1. No, la verdad es que no: sí que es raro. Me imagino que habrá una censura implícita

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