Me gusta un montón el título, Mal que bien, porque traza este periodo concreto de su vida en el perfil de la línea biográfica de su obra poética. El anterior libro, Con el tiempo, era un Nel bel mezzo del cammin di nostra vita. Nueve años después somos cincuentañeros (yo también: ya veis cómo me lo apropio desde el principio para leerme a mí, lector fingidor) y me parece mentira, porque es como si hubieran pasado dos o tres a lo sumo. Yo noto como él que se nos está yendo a toda velocidad ese tiempo, que era de plenitud, entre cosas cotidianas ("Y porque voy cumpliendo, creo que cumplo", dice refiriéndose a "las clases, los encargos, los artículos" en Ralentí) y nos acercamos cada vez más a la muerte. Todo se está resolviendo sin dejar nada perdurable (aquí hablo yo de mí), en comprobar que decepcionamos las esperanzas de dejar algo (otra vez yo): se está volviendo todo ahora ("En mi propio medievo", dice, para hablar de la cincuentena), un poco demasiado vívido, una Danza de la muerte en la que hay que seguir bailando, y al ritmo que ella dicta, además. El último poema de esa parte es una conversación con la luna nueva, que nos trae la revelación de que lo que se trata es de pesar en la tierra, pero que sensación tan fuerte de ser arrastrado, de dejarse lo importante en segundo lugar. Todo esto es lo que pensé y sentí en el primer apartado del libro, titulado Ten piedad, tiempo.
En el segundo capítulo (Hasta pronto) conversa con sus difuntos y yo lo he leído muy emocionado: la verdad de la resurrección, de que volveremos a vernos, de que nos esperan y nos ayudan nunca la había visto tan bien descrita, transmitida, vivida entre versos. No es la retórica de los epigramas funerarios, en la que hacemos hablar a los muertos, no es la tristeza de Quevedo, que habla, pero sólo con libros: es la conversación viva con los difuntos que sabe vivos.
El capítulo de Cuerpos gloriosos me llevó de vuelta al primer poema del libro, donde dice que lo mejor de la vida son los espacios en blanco entre las líneas negras de las palabras de los poemas. A qué escribir, pues, a qué molestarnos en seguir escribiendo: qué hago yo con este blog, arqueología de lo que hace al menos un decenio dejó de estar de moda. Por qué no vivir de verdad, sin esos afanes que parecen hasta ridículos. Y lo increíble es que todo esto lo diga Enrique sin ser lúgubre en absoluto, con humor incluso.
En el apartado siguiente están los poemas del amor matrimonial de la mediana edad, porque esto de la vida es un camino que no se recorre en soledad, gracias a Dios, y el amor que nos dan es preparación para la muerte, que es amor, gracias a Dios. Y reincide titulando el siguiente capítulo Monogamia. El primer poema es una Aleluya:
Y viene un título flanneryesco: Su rostro en mi espalda, que es una imagen trazada por los lunares en el cuerpo, quizá como la de La espalda de Parker. Lo mismo pasa con el almendro, árbol feo sin hojas, de "ásperas ramas retorcidas, / negras, secas y casi estériles" pero transfigurado con las flores blancas, que resultan ser eucarísticas. Antes, un poema sobre los propios pies, que juega con las referencias a uno famoso que le oímos en Carmona a la propia Amalia Bautista, el día que le conocí a él, hace ya trece años.
En este recorrido biográfico hay algo nuevo, la vida Al alimón con sus hijos, en el capítulo siguiente. Empieza con este haiku a la luna, Fulgor:
Y me parece que me he dejado el libro vivo, sin diseccionarlo, aunque también es verdad que no venía aquí a descuartizarlo. Podría mencionar poemas concretos, pero mejor miradlos y leedlos vosotros, que hay para dar y tomar y creo que ya, si seguís twitter, habréis podido leer unos cuantos de los que va colgando la gente.
Qué bien, Enrique, también en esta etapa de la vida: mal que bien, de derrota en derrota, hasta la victoria final.
En el segundo capítulo (Hasta pronto) conversa con sus difuntos y yo lo he leído muy emocionado: la verdad de la resurrección, de que volveremos a vernos, de que nos esperan y nos ayudan nunca la había visto tan bien descrita, transmitida, vivida entre versos. No es la retórica de los epigramas funerarios, en la que hacemos hablar a los muertos, no es la tristeza de Quevedo, que habla, pero sólo con libros: es la conversación viva con los difuntos que sabe vivos.
El capítulo de Cuerpos gloriosos me llevó de vuelta al primer poema del libro, donde dice que lo mejor de la vida son los espacios en blanco entre las líneas negras de las palabras de los poemas. A qué escribir, pues, a qué molestarnos en seguir escribiendo: qué hago yo con este blog, arqueología de lo que hace al menos un decenio dejó de estar de moda. Por qué no vivir de verdad, sin esos afanes que parecen hasta ridículos. Y lo increíble es que todo esto lo diga Enrique sin ser lúgubre en absoluto, con humor incluso.
En el apartado siguiente están los poemas del amor matrimonial de la mediana edad, porque esto de la vida es un camino que no se recorre en soledad, gracias a Dios, y el amor que nos dan es preparación para la muerte, que es amor, gracias a Dios. Y reincide titulando el siguiente capítulo Monogamia. El primer poema es una Aleluya:
¿Todo amor es fantasía?Porque nos puede el cinismo y el nihilismo en esta edad, al menos habrá que poner en duda esas acusaciones de fantasía asociada con todo amor, aunque con mucha delicadeza. Hay un amor que es verdad, que es más fuerte y más extraño que la muerte, es la realidad, es ese esfuerzo que hay que seguir poniendo.
Eso yo no lo diría...
Y viene un título flanneryesco: Su rostro en mi espalda, que es una imagen trazada por los lunares en el cuerpo, quizá como la de La espalda de Parker. Lo mismo pasa con el almendro, árbol feo sin hojas, de "ásperas ramas retorcidas, / negras, secas y casi estériles" pero transfigurado con las flores blancas, que resultan ser eucarísticas. Antes, un poema sobre los propios pies, que juega con las referencias a uno famoso que le oímos en Carmona a la propia Amalia Bautista, el día que le conocí a él, hace ya trece años.
En este recorrido biográfico hay algo nuevo, la vida Al alimón con sus hijos, en el capítulo siguiente. Empieza con este haiku a la luna, Fulgor:
La luna llena,El libro se cierra con En realidad, donde hay también algunos poemas dirigidos a la luna. El último es a su padre (el libro estaba dedicado a su hijo) y es un modo excelente de terminar este libro de grandísima audacia, en el contarnos su vida en esas coordinadas biográficas concretas y que yo me he apropiado para contar la mía en esto que no es más que un texto de agradecimiento.
como mi vida, plena
de luz ajena.
Y me parece que me he dejado el libro vivo, sin diseccionarlo, aunque también es verdad que no venía aquí a descuartizarlo. Podría mencionar poemas concretos, pero mejor miradlos y leedlos vosotros, que hay para dar y tomar y creo que ya, si seguís twitter, habréis podido leer unos cuantos de los que va colgando la gente.
Qué bien, Enrique, también en esta etapa de la vida: mal que bien, de derrota en derrota, hasta la victoria final.
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