Íbamos a Carmona -a mí me hacía mucha ilusión- porque había una lectura de poemas de Amalia Bautista.
Llegamos de noche, nos perdimos, acabamos en una calle estrecha; la única salida era una bajada con escalones cada poco. Allá que nos lanzamos mientras nos miraba con horror –como a una aparición- uno de un restaurante que nos veía pasar parapetado detrás de la puerta. Los primeros escalones los pasamos bien, pero en el último rozó el fondo del coche (sonido fúnebre). Sólo quedaba rezar (aunque no lo hice, qué le vamos a hacer) para que no se hubiera roto nada. Allí lo dejamos, a la busca del lugar de la lectura.
Llegamos tarde; era una sala pequeña, con luz suave; el prologuista estaba acabando de presentar a Amalia. Ella empezó a leer, de la Antología que ha sacado Renacimiento. Tenía una voz muy bonita. Leyó con cara seria poemas: Galatea, Cuéntamelo otra vez, el poema que acaba 'Buenos días, tristeza', A dieta, El poema del autobús, Pide un deseo, alguno de los poemas de la araña. Sólo cuando leyó Los pies sonrió. Al final aplaudimos, un poco sobrecogidos: se había creado una intimidad en la que ella mostraba su dolor, lo difícil que es el equilibrio en el amor de una pareja, lo frágil que es el mundo de los sentimientos; y resquicios de algo mejor: al menos deseos. Cuando estaba leyendo El dolor, que es un poema que yo no apreciaba mucho, G.-M. me susurró que recordaba al himno de la caridad de san Pablo; yo estaba pensando en otra cosa, sobre la unión de dolor y miedo y sobre la presencia constante del infierno en su poesía. Todo unido, comprendí que ahí había un gran poema. Más tarde, el paciente Virgilio, por la noche andaluza, me explicó también el poema del autobús, que descubrí que tampoco había entendido: clase teórica y práctica de poesía por el morro.
Luego, como debe ser, nos sentamos a comer: cerveza (Crujcampo) gambas en gabardina, torreznos, tortillas, en fin: cosas que hacen la vida mejor. Estaban al lado del prologuista su mujer, siempre sonriente, y sus tres niñas. Toda la familia formaba un grupo maravilloso: la sonrisa de la madre, muy de madre, la serenidad del padre, las niñas que iban de azul; una de ellas tenía unas perlas de pendientes y los ojos como la de Vermeer, pero en niña y con acento andaluz. Otra tenía gafas, como mi sobrino. El padre es poeta y un magnífico editor. A la espera de leer otra vez su poesía, le hablé de tipografía, balbuceando yo mis escasos conocimientos del tema por el libro que estoy leyendo de Trapiello. Supongo que sería como cuando me preguntan si el griego antiguo tiene que ver con el actual o sobre la utilidad del griego: es buen momento de ejercitar la paciencia y explicar cosas evidentes, que es lo que hizo.
Al final hablé con Amalia: encantadora; fumaba Ducados (otro punto a su favor), iba vestida de negro. Es una persona muy cálida: se ve que su dolor lo deja para los poemas. Me despedí, pero luego G.-M. le dijo que yo era 'Compostela': había entrado una vez en este blog (gran honor). Yo me sentí un poco avergonzado, tan a gusto como estoy en mi semianonimato, aunque tampoco hace falta ser Sherlock Holmes para saber quién soy: con dos minutos en Google se ve.
A la vuelta teníamos que encontrar el coche, entre las calles de Carmona. Estábamos hablando y en la conversación ¡tan interesante! nos olvidábamos de mirar por dónde íbamos. Me acordé de cuando el Quijote y Sancho entraron de noche en El Toboso. No había gente por la calle, las tapias eran blancas, era un pelín manchego Carmona, un pueblo que me gustaría conocer alguna vez, lleno de iglesias (una como la Giralda), murallas, parece que en un alto, con lo que la vista de la llanura de alrededor –tan castellana, aunque andaluza- tiene que ser preciosa. Una puesta de sol quizá estaría bien: poneos en contacto conmigo si queréis pagarme una estancia en el Parador. Tuvimos que desandar el camino y por suerte encontramos el coche y pudimos salir de la trampa de Carmona sin problemas.
Llegamos de noche, nos perdimos, acabamos en una calle estrecha; la única salida era una bajada con escalones cada poco. Allá que nos lanzamos mientras nos miraba con horror –como a una aparición- uno de un restaurante que nos veía pasar parapetado detrás de la puerta. Los primeros escalones los pasamos bien, pero en el último rozó el fondo del coche (sonido fúnebre). Sólo quedaba rezar (aunque no lo hice, qué le vamos a hacer) para que no se hubiera roto nada. Allí lo dejamos, a la busca del lugar de la lectura.
Llegamos tarde; era una sala pequeña, con luz suave; el prologuista estaba acabando de presentar a Amalia. Ella empezó a leer, de la Antología que ha sacado Renacimiento. Tenía una voz muy bonita. Leyó con cara seria poemas: Galatea, Cuéntamelo otra vez, el poema que acaba 'Buenos días, tristeza', A dieta, El poema del autobús, Pide un deseo, alguno de los poemas de la araña. Sólo cuando leyó Los pies sonrió. Al final aplaudimos, un poco sobrecogidos: se había creado una intimidad en la que ella mostraba su dolor, lo difícil que es el equilibrio en el amor de una pareja, lo frágil que es el mundo de los sentimientos; y resquicios de algo mejor: al menos deseos. Cuando estaba leyendo El dolor, que es un poema que yo no apreciaba mucho, G.-M. me susurró que recordaba al himno de la caridad de san Pablo; yo estaba pensando en otra cosa, sobre la unión de dolor y miedo y sobre la presencia constante del infierno en su poesía. Todo unido, comprendí que ahí había un gran poema. Más tarde, el paciente Virgilio, por la noche andaluza, me explicó también el poema del autobús, que descubrí que tampoco había entendido: clase teórica y práctica de poesía por el morro.
Luego, como debe ser, nos sentamos a comer: cerveza (Crujcampo) gambas en gabardina, torreznos, tortillas, en fin: cosas que hacen la vida mejor. Estaban al lado del prologuista su mujer, siempre sonriente, y sus tres niñas. Toda la familia formaba un grupo maravilloso: la sonrisa de la madre, muy de madre, la serenidad del padre, las niñas que iban de azul; una de ellas tenía unas perlas de pendientes y los ojos como la de Vermeer, pero en niña y con acento andaluz. Otra tenía gafas, como mi sobrino. El padre es poeta y un magnífico editor. A la espera de leer otra vez su poesía, le hablé de tipografía, balbuceando yo mis escasos conocimientos del tema por el libro que estoy leyendo de Trapiello. Supongo que sería como cuando me preguntan si el griego antiguo tiene que ver con el actual o sobre la utilidad del griego: es buen momento de ejercitar la paciencia y explicar cosas evidentes, que es lo que hizo.
Al final hablé con Amalia: encantadora; fumaba Ducados (otro punto a su favor), iba vestida de negro. Es una persona muy cálida: se ve que su dolor lo deja para los poemas. Me despedí, pero luego G.-M. le dijo que yo era 'Compostela': había entrado una vez en este blog (gran honor). Yo me sentí un poco avergonzado, tan a gusto como estoy en mi semianonimato, aunque tampoco hace falta ser Sherlock Holmes para saber quién soy: con dos minutos en Google se ve.
A la vuelta teníamos que encontrar el coche, entre las calles de Carmona. Estábamos hablando y en la conversación ¡tan interesante! nos olvidábamos de mirar por dónde íbamos. Me acordé de cuando el Quijote y Sancho entraron de noche en El Toboso. No había gente por la calle, las tapias eran blancas, era un pelín manchego Carmona, un pueblo que me gustaría conocer alguna vez, lleno de iglesias (una como la Giralda), murallas, parece que en un alto, con lo que la vista de la llanura de alrededor –tan castellana, aunque andaluza- tiene que ser preciosa. Una puesta de sol quizá estaría bien: poneos en contacto conmigo si queréis pagarme una estancia en el Parador. Tuvimos que desandar el camino y por suerte encontramos el coche y pudimos salir de la trampa de Carmona sin problemas.
Un día intenso, el primer día en Andalucía.
Y yo que no pude ir...
ResponderEliminarYo estuve allí y doy fe de que la narración es exacta. La descripción de la lectura, a pesar de su sobriedad, espléndida.
ResponderEliminarMagnífica narración por entregas de tu viaje a Andalucía. A raíz de esta entrada tan sugerente, "pincho" en varios de los poemas de Amalia Bautista, y algunos me parecen magníficos... Sobre todo, La casita de chocolate, y La foto; me he emocionado con ellos. Sin embargo, será porque soy lega, pero necesitaría que G-M o tú explicaráis por qué el poema de El dolor os evoca el himno de la caridad de San Pablo. A mí este poema me ha dejado muy triste, y el Capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios me remonta al cielo. O será que el poema se queda en el dolor y no lo trasciende (seguramente me equivoco). De todas formas, el poema está claro que no deja indiferente, y a eso supongo que te refieres cuando apuntas que es un gran poema. En cualquier caso, gracias por hacernos viajar por esas tierras del sur y en tan grata compañía. Saludos cordiales.
ResponderEliminarTu crónica espléndida me ha hecho descubrir a una grandiosa escritora cuyos poemas -magníficos todos- he ido rastreando en la virtualidad espacial. Me he emocionado, también, con cada uno de los que hasta ahora he leído. Ahora me haré con ejemplares de sus libros.
ResponderEliminarHace un par de semanas tuve la oportunidad de escuchar en Salamanca a Amalia Bautista, en una lectura a duo con mi paisano y gran poeta Jorge Valdés Díaz-Vélez. Había leído los poemas que él la dedica en su excelente libro del año 2003 "Jardines sumergidos" (Los proscritos, El desastre, y tantos otros que pueden conocer en la página http://www.poesi.as)y fue lindo oirles cantar juntos. Ah! y ella ni vestía de negro ni se veía tan afligida y dolorosa como Vd. la retrata.Como parece que Valdés sea más desconocido por acá les transcribo a continuación el soneto
ResponderEliminarEL DESASTRE
-para Amalia Bautista-
El angel de pasión dejó tu casa
con un desorden tal que no sabías
por donde comenzar: copas vacías,
ceniza por doquier. Y su amenaza
rotunda de carmín:"en la terraza
te aguardo.Un beso.Adios" Tú conocías
la forma de cumplir sus profecías.
Temblaste al recordar:Todo lo arrasa
un ángel si al partir te sobrevuela.
Te diste apresurado a la tarea
de hacerla remontar por tu memoria,
sus manos en tu piel, su duermevela.
Pensaste: Si es amor,pues que así sea
y fuiste a abrir la puerta giratoria.
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¿Quien luciría sería y triste? ¿No le parece?
Saludos. Mariana.