lunes, 4 de noviembre de 2019

Julio Martínez Mesanza - La calle de la reina Ester

Yo me enteré de este libro de textos en prosa tarde y casi de rebote. El título tampoco llama la atención; La calle de la reina Ester. Supongo que por lo menos el nombre del autor sí que será una señal a rebato para los que valoran su grandiosa poesía. El hecho es que es un gran libro y su recorrido está siendo al menos sigiloso: me imagino que durante mucho tiempo será un tesoro de felicidad para los que acaben leyéndolo.
Yo, en rigor, poniéndome a presumir, he de decir que en buena parte ya lo había leído hace tiempo: en los buenos tiempos hubo un blog, Cuestiones naturales (vaya, sigue en línea: me voy a poner a releerlo entero) en el que el autor iba colgando textos, algunos de los cuales acabaron en este libro: yo me los encontraba así, al alcance de la mano, cada pocos días, como un premio cada vez: ese verso que comentaba, esa mención luminosa, esas lecturas que se enriquecían entre sí.
Lo increíble es que no haya tenido más repercusión, aunque pensándolo bien, lo natural de este libro es eso, que lo vayamos descubriendo así, por estas vías alejadas de los circuitos de lo moderno, de lo que está en candelero, de lo que recibe los focos de la tontería ambiente. Dentro de poco, con un gobierno de progreso como el que nos tememos, habrá que pasarse un libro así a oscuras, en pasadizos no vigilados.
Hace poco me enteré de que va salir pronto una edición en Renacimiento de sus Poesías Completas: otra gran noticia. Aquí tiene un párrafo dedicado a torres (p. 107), otro sobre el campamento como imagen de la vida humana (p. 133), uno sobre mosaicos con escenas de caza (134),  que son lo mismo de sus poesías, pero en una prosa intensa, emocionante.
Lo que me pide el cuerpo es copiar aquí muchos de sus textos, pero me conformaré con enlazaros aquí, donde podréis leer una parte de ellos. De todos modos, el libro es lo que tenéis que leer, entero, desde el capítulo inicial de Poética, quizá un poco más difícil que el resto, hasta el final, donde habla de textos filosóficos, pasando por uno sobre Samuel Johnson glorioso. Entre medias, están esos versos que comenta, muchos de autores clásicos. Me detendré en algunos:

-Yo con él he vuelto a cuando traducíamos en la carrera a Ennio, del que descubre versos de aire arcaico, menesteroso, en los que habla del cielo, por ejemplo O magna templa caelitum commixta stellis splendidis (mi traducción más literal «Oh, grandes templos celestes mezclados de estrellas espléndidas» o la de Manuel Segura, muy poco literal: «Oh inmensos espacios celestes punteados de brillantes estrellas»).
-Yo también me quedé pasmado como él ante Lucrecio, el malote, el epicúreo, pero un poeta como una casa, que tradujimos en la carrera menos de lo que me hubiera gustado. De él destaca ese apoyo en la experiencia fijándose en cómo cuenta del niño que queda mareado tras dar vueltas sobre sí mismo; también habla de su «capacidad congénita para mirar intensamente las cosas y conservar intacto su recuerdo», esa manera que tiene de hablar de «la eclosión primaveral de niños en las alegres ciudades», de tantas cosas de la realidad. Concluye así Mesanza: «Lucrecio nos ofrece numerosos argumentos para demostrar que el alma no es inmortal, y sólo uno, inconsciente y definitivo, que demuestra lo contrario: su propia obra» (41).
-De Columela rescata esto: pingite varios, terrestria sidera, flores: «pintad variadas flores, estrellas terrestres». y se pregunta si lo había pensado al ver flores «o fue el poema, su necesidad poética o simplemente rítmica, lo que le llevó a esas flores como estrellas».
-Y hoy tengo que hablar de Hesíodo en clase y que conmovedor es su comentario de la Fábula del Halcón y el ruiseñor, donde «la llamada a la justicia puede confundirse con una apelación a la buena voluntad del más fuerte». La justicia, en conjunto positiva en sus efectos, aparece «contaminada irremediablemente por la arbitrariedad» y a «sus hermosas palabras les cuesta disipar el profundo escepticismo que transmite el ejemplo del ruiseñor y el gavilán, luchar contra su fuerza y hacer creíble la esperanza» (34).

Así me siento yo leyendo sus textos, confortado y triste, emocionado y a la vez notando que tanto está en precario.
Y me conmueve que más adelante cite el «no te abrí» de Lope junto a esto de Valdivielso: «Vísteme tembrando / desnudo al yelo: / no me oviestes duelo» (72).

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