Santa Teresa en las Moradas sextas, capítulo 11, es decir, en un grado de santidad muy alto, donde sólo Dios verdaderamente basta, compara esa «soledad estraña» a uno colgado en el aire. Y me acordé, aunque sé que ella no estaba pensando en él, de Tántalo, que por una parte sufre una sed infinita y por otra (en algunas versiones del mito), está colgado en medio del aire, con una piedra eternamente sobre su cabeza:
Diréisme que es imperfeción; que por qué no se conforma con la voluntad de Dios, pues le está tan rendida. Hasta aquí podía hacer eso, y con eso pasaba la vida; ahora no, porque su razón está de suerte que no es señora de ella ni de pensar sino la razón que tiene para penar, pues está ausente de su bien, que ¿para qué quiere vida? Siente una soledad estraña, porque criatura de toda la tierra no la hace compañía, ni creo se la harían los del cielo, como no fuese el que ama, antes todo la atormenta; mas vese como una persona colgada, que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir; abrasada con esta sed, y no puede llegar a el agua; y no sed que puede sufrir, si no ya en tal término que con ninguna se le quitaría, ni quiere que se le quite, sino es con la que dijo nuestro Señor a la Samaritana, y eso no se lo dan. ¡Oh, válame Dios, Señor, cómo apretáis a vuestros amadores! Mas todo es poco para lo que les dais después.
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