Era el último libro de Tom Wolfe, con el que tanto me he reído, sobre todo en sus libros de crítica de arquitectura y arte, y había leído que se metía con Chomsky, que es un motivo atractivo para leerlo, aunque en realidad no es así: lo critica, pero sin acritud.
El libro en realidad trata de dos pares de personas, Darwin y Wallace: quién dijo primero que la evolución humana tiene orígenes en otros animales. También sobre Chomsky y Daniel Everett: si el lenguaje es resultado de la evolución o no. El tema, orígenes del lenguaje, en principio me deja más o menos frío, aunque tengo la sensación de que la cuestión como que debería interesarme. El hecho es que estas cosas tan imposibles de demostrar me agotan y me aburren, sobre todo porque suelen ser demostraciones de soberbia de gente que se atreve a contestarlas sin tener base sobre la cual llegar a algo medianamente concluyente.
El libro tiene golpes buenos, sobre todo cuando repasa esas teorías supereruditas y superestúpidas a la vez sobre el origen del lenguaje, pero termina como muchos otros de Wolfe: cuando tiene que aportar algo es enormemente decepcionante. Es bueno desmontando, pero no proponiendo. En este caso se apunta a que el lenguaje humano es una tecnología, básicamente un recurso mnemotécnico y todo esto después de haber dicho varias cosas bastante estúpidas sobre el cristianismo.
Nada. un libro para olvidar. Creo que a Wolfe le di más crédito que el que merecía. Mira que me reí con su Quién teme a la Bauhaus feroz: ahora, en cambio, me gusta el hormigón y desprecio los juicios estéticos de Wolfe, tan pequeñoburgueses. Y si me ofrecieran visitar las obras principales de Le Corbusier, bien contento que iría a verlas.
El libro en realidad trata de dos pares de personas, Darwin y Wallace: quién dijo primero que la evolución humana tiene orígenes en otros animales. También sobre Chomsky y Daniel Everett: si el lenguaje es resultado de la evolución o no. El tema, orígenes del lenguaje, en principio me deja más o menos frío, aunque tengo la sensación de que la cuestión como que debería interesarme. El hecho es que estas cosas tan imposibles de demostrar me agotan y me aburren, sobre todo porque suelen ser demostraciones de soberbia de gente que se atreve a contestarlas sin tener base sobre la cual llegar a algo medianamente concluyente.
El libro tiene golpes buenos, sobre todo cuando repasa esas teorías supereruditas y superestúpidas a la vez sobre el origen del lenguaje, pero termina como muchos otros de Wolfe: cuando tiene que aportar algo es enormemente decepcionante. Es bueno desmontando, pero no proponiendo. En este caso se apunta a que el lenguaje humano es una tecnología, básicamente un recurso mnemotécnico y todo esto después de haber dicho varias cosas bastante estúpidas sobre el cristianismo.
Nada. un libro para olvidar. Creo que a Wolfe le di más crédito que el que merecía. Mira que me reí con su Quién teme a la Bauhaus feroz: ahora, en cambio, me gusta el hormigón y desprecio los juicios estéticos de Wolfe, tan pequeñoburgueses. Y si me ofrecieran visitar las obras principales de Le Corbusier, bien contento que iría a verlas.
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